Desaparecido y, al mismo tiempo, presente. Presente en la memoria, en la búsqueda de la verdad, en una fotografía en blanco y negro, en un cartel, en un baúl lleno de recuerdos, en un mechón de pelo cortado días antes, en una carta, en un cumpleaños. El desaparecido acompaña a quien lo busca en todo momento, en un círculo de dolor y amor imposible de cerrar hasta que, al fin, se produce el tan anhelado encuentro y su cuerpo empieza a hablar de lo oculto.

«Desaparecido» es el título de la extensa obra del fotoperiodista Gervasio Sánchez, expuesta en Donostia hasta el 5 de mayo. La mirada del ausente se palpa en cada familiar, en la oscura celda de un centro de detención clandestino, ya sea en Argentina, Irak o Bosnia, en la exhumación de una fosa o en la entrega de un féretro.

Cada retrato deja entrever lo profundo de la búsqueda y de la ausencia que, en ocasiones, lleva a sus protagonistas a tomar decisiones extremas. Gervasio Sánchez recuerda el caso de una mujer chilena que 14 años después de la desaparición de su esposo se suicidó arrojándose por la venta o las dudas de esas madres que sienten que han aparcado el cuidado del presente por el de alguien que ya no está.

Virginia Ogando dedicó gran parte de su vida a buscar a su hermano Martin, nacido en cautiverio durante la dictadura Argentina. Desde pequeña supo que era hija de desaparecidos pero «tuvieron que pasar 18 años para que pudiese hablar y contar a la gente por qué no tenía padres», relató en una de las entrevistas con este medio. En varias ocasiones pensó que lo había encontrado y, si bien nunca perdió la esperanza, en agosto se quitó la vida. El secretario de Derechos Humanos del Gobierno atribuyó su muerte a «aquel descenso a los infiernos del terrorismo de Estado», que ni su abuela ni sus hijos pudieron mitigar.

El duelo exige respuestas. Y en ello, la sociedad, los expertos y las instituciones deben acompañar a los familiares para que los desaparecidos dejen de estarlo y su dolor pueda orientarse hacia la reconstrucción del presente y futuro.