La huelga general tuvo en Euskal Herria un seguimiento masivo, incontestable incluso para aquellos sectores renuentes a asumir el éxito de este tipo de convocatorias. La respuesta fue tan contundente que hay que retroceder casi 25 años para encontrar una jornada de movilización tan importante en este país, que ayer expresó con claridad su rechazo a la reforma laboral y a la política de recortes. Fue una jornada histórica que solo pudo empañar la Policía que, una vez más, actuó con una violencia desproporcionada contra los piquetes informativos, causando heridas graves a un joven de Gasteiz. El relato de la agresión sufrida por Xuban Nafarrate exige explicaciones y la asunción de responsabilidades por parte de quienes dirigen la Ertzaintza, un cuerpo que se ha especializado en reprimir con dureza movilizaciones populares.

Tanto la Policía como sus responsables están muy lejos del sentir de la sociedad vasca, que ha desbordado los diques con los que algunos pretenden constreñir su vitalidad. El contraste entre las persianas bajadas y las fábricas vacías, y las multitudinarias manifestaciones, es fiel reflejo del modo en que la clase trabajadora y el conjunto de la ciudadanía afrontaron el llamamiento a la huelga. También de su fuerza transformadora, toda una garantía en un momento en el que este pueblo tiene entre sus principales tareas definir su futuro, tanto en el ámbito político como en el socioeconómico.

La huelga general logró parar Euskal Herria pero, paradójicamente, lo hizo para acelerar su marcha hacia un nuevo escenario. Y en ese camino, la jornada de ayer también sirvió para mostrar a los agentes sociales, sindicales y políticos de este país cuál es la apuesta ganadora, la que tiene capacidad de aglutinar a una mayoría en torno a ella. Una apuesta por la unidad, por el trabajo en común, que presente alternativas reales y que aspire a la superación de un modelo que solo ofrece ruina a esta nación y a sus gentes. El 29M no ha sido solo un éxito, ha sido también una lección.