Fermin Munarriz Periodista
Charcos y sadismo
Hemos vivido tantas vicisitudes que llegamos a pensar que estamos curados de espanto. Sin embargo, la España de la eterna leyenda negra nunca defrauda. Hoy, centenares de miles de personas -la indubitada mayoría social de este país- seguimos perplejos e indignados por la decisión del Tribunal Constitucional de avalar una doctrina que implanta de manera encubierta la prisión de por vida a los presos vascos. Por añadidura, ocurría el mismo día en que desde Europa emplazaban al Gobierno de Madrid a comprometerse activamente en un proceso de solución duradera y justa.
Es evidente que los vascos no vamos a encontrar consuelo ni esperanza en ninguna institución de España. Ni falta que hace. Desconcierta, sin embargo, la obcecación de los poderes de Madrid en despreciar oportunidades que, sin duda, en el futuro les allanarían muchos obstáculos y les permitirían sortear de manera airosa los atolladeros del camino. Pero debe ser cuestión de carácter, porque cuando todas las circunstancias -incluida la cobertura internacional y el aval del deseo expreso de la mayoría de la sociedad- caminan en la dirección de superar un conflicto histórico, España prefiere meterse en todos los charcos que encuentra. No dejar ni uno. Un problema para cada solución. «Con dos cojones», suelen bramar los más iluminados de aquellas tierras.
Causando sufrimiento inhumano sobre un colectivo vulnerable, como es el de los rehenes presos y sus familiares, Madrid pretende extender un estado de desánimo y fatalismo para neutralizar la ilusión de la sociedad vasca y, en particular, la del independentismo. Sin embargo, la saña y su obstinación en el bloqueo revelan, precisamente, su vulnerabilidad: le alejan del sentir mayoritario y le aíslan cada día más. Su terreno se estrecha.
Y si no satisface sus intereses, ¿a qué responde entonces esa actitud? Hay una posibilidad por encima de otras: el sadismo. No es nuevo. «Los españoles se han mostrado históricamente como excepcionalmente crueles, intolerantes, tiránicos...», escribía el historiador estadounidense Philp Wayne Powell para explicar la razón de la leyenda negra hispana. ¿Cómo explicar que el ministro del Interior, que en breve va tener que resolver problemas muy complejos en esta materia, se muestre «muy satisfecho» por una decisión que también le cierra puertas a él?