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ANIVERSARIO DE LA GUERRA DE LAS MALVINAS

Diálogo de sordos en torno a Las Malvinas

Argentina y Gran Bretaña batallan en el campo diplomático al igual que hace tres décadas en las trincheras del archipiélago del Atlántico Sur. Historia de una ocupación imperial que se niega a desaparecer. Ofensiva diplomática argentina.

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Daniel GALVALIZI

Si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla!». Fue una de las frases que lanzó el entonces dictador argentino Leopoldo Galtieri aquella soleada tarde del 10 de abril de 1982, ante una Plaza de Mayo colmada de ciudadanos que agitaban banderas nacionales, sin consignas políticas porque, claro está, promediaba el séptimo año de la última dictadura militar.

Galtieri, el autócrata jefe de la Junta Militar, que sucedió como presidente de facto a Jorge Videla y Roberto Viola, espetó aquella consigna prepotente para impresionar con la multitud al general estadounidense Alexander Haig, que había arribado a Buenos Aires tras reunirse en Londres con la primer ministra británica Margaret Thatcher en su carácter de mediador.

El motivo de la intermediación -siempre señalada como parcial a favor de los ingleses- era la invasión de las islas Malvinas realizada el 2 de abril por parte de las Fuerzas Armadas argentinas. Un ribete bélico que encontraba la dictadura para legitimarse ante una sociedad hastiada por la represión y la crisis económica. La cuasi guerra con el Chile de Pinochet, que por poco se desata en 1978, resultaba un mero experimento metafórico.

Aquel 2 de abril de 1982, una importante cantidad de efectivos argentinos realizaron un sigiloso operativo y desembarcan en Cabo San Antonio. La misión incluía un portaaviones, un submarino, un rompehielos y unas corbetas. Tiempo después, la sociedad se escandalizaría al ver que los recursos humanos enviados eran mayoritariamente jóvenes inexpertos de 18 años -en su mayoría oriundos del pobre norte tropical argentino- que realizaban el Servicio Militar Obligatorio y resultaron una pragmática carnada para los mandos militares.

Los intentos de la ONU y la OEA para traer la paz fueron en vano y expondrían lo que luego se demostraría como un grave error de apreciación de los militares argentinos sobre la determinación del gobierno neoconservador de Thatcher, ya que creían que Washington presionaría lo suficiente como para que Londres negociara y no contraatacara, retribuyendo así al anticomunisimo furibundo de la dictadura. Ni la Administración Reagan rompió lanzas a favor de Argentina ni Gran Bretaña condonó la agresión territorial.

La hermandad latinoamericana durante el conflicto se hizo notar, con algunos casos resonantes como el de Perú, y en otros brilló por su ausencia, como en el de Chile, quien colaboró directamente con Gran Bretaña -lo que consolidaría para siempre el vínculo de Pinochet con la agradecida Thatcher-.

La guerra dejó 746 muertos del bando argentino y 265 del británico. Y dejó una herida abierta que no termina de cicatrizar en la sociedad argentina. No solo porque Londres persiste en ignorar la disputa de soberanía, sino por lo que aquella guerra representó: un manotazo de ahogado de una dictadura en ocaso.

Galtieri y los suyos mintieron durante todo el conflicto sobre los resultados de los enfrentamientos y solo en el último momento informaron que Argentina perdía la guerra. También realizaron una colecta nacional liderada por artistas que involucró a todos los estamentos sociales, pero cuyos fondos terminaron siendo robados. Para colmo, años después, se descubrió que las violaciones de derechos humanos que la dictadura ejercía en el continente tuvo su correlato en el archipiélago por parte de los altos mandos hacia algunos soldados.

Tal vez esa sea, junto al olvido y a la ingratitud, una de las razones por las cuales en estos 30 años se llevan registrados más suicidios de ex combatientes que muertes en las propias islas. El drama de la guerra fue doble en el bando argentino. No es raro ver a veces, incluso, a ex soldados de Malvinas reconociendo que los militares británicos los trataron mejor cuando fueron prisioneros de guerra que sus propios comandantes connacionales.

El 12 de junio, apenas dos meses después de iniciada la guerra y en medio de un caos generalizado, los efectivos argentinos declaran la rendición incondicional. Paradójicamente, el fracaso -y la caída del relato falaz que lo precedió- derivaron en un estallido social. Galtieri, conocido por su intelecto rudimentario y su adicción al alcohol, fue depuesto y asumió el nuevo dictador Reynaldo Bignone, quien sería el encargado de llevar la transición a las elecciones democráticas de 1983.

Un problema de 179 años

La cuestión Malvinas nació en enero de 1833, cuando una misión comandada por el general Onslow ocupó las islas que luego llamarían Falklands, echando a los 14 militares y 10 civiles argentinos que se encontraban residiendo allí. Así, Gran Bretaña pasaba a tener como colonia un archipiélago ubicado a 14.000 kilómetros, pero solo a 700 kilómetros de la Patagonia argentina.

«Hay elementos que, de alguna manera, conforman una política de Estado para todos los gobiernos argentinos desde entonces: el primero es que nunca se consintió ningún acto de Gran Bretaña en las islas Malvinas. Hasta la guerra, ningún gobierno había utilizado las armas, sino lo opuesto, los caminos diplomáticos. Y lo tercero es que Argentina siempre se mantuvo apegada al derecho internacional», señala en diálogo con GARA el politólogo Agustín Romero, secretario del Observatorio Parlamentario de Malvinas.

Según explica Romero, hubo tres intentos de negociación bilateral entre Londres y Buenos Aires para la devolución gradual de las islas. De hecho, recuerda que en 1974, antes de la muerte del legendario expresidente Juan Perón, ambas diplomacias esbozaron un acuerdo en el que se devolverían las Malvinas en 50 años, posterior a un condominio común y el reaseguro de que se respetara el estilo de vida de los habitantes de las islas -llamados con menosprecio kelpers por parte de los argentinos-. Pero Perón murió y el Foreign Office desistió de avanzar en los acuerdos debido a la falta del liderazgo de quien lo sucedió, su esposa, la vicepresidenta María Estela Martínez.

Pero antes hubo un hito que marcaría un antes y un después en el diferendo de soberanía: la resolución 2065 de Naciones Unidas de 1965. «Por primera vez, Argentina lograba que la comunidad internacional reconociera la existencia de un conflicto de soberanía territorial, que la disputa era bilateral, lo que excluía directamente a los isleños, y llamaba al diálogo a ambas partes para la resolución», agrega Romero.

Allí radica el motivo por el cual Argentina acusa a Gran Bretaña de violar las leyes internacionales: gracias a la resolución 2065 de la ONU, a Londres se le exige diálogo y se escuda en la opinión de los isleños, por lo que Argentina rechaza el derecho de estos a decidir sobre el futuro de las islas.

«La guerra de 1982 cambió el mapa, a partir del cual los británicos dijeron que no había nada que negociar. Su mentalidad es que ganaron las islas en una guerra y no hay nada que discutir», remarca Romero. A partir de la contienda bélica, las relaciones con Londres se tensarían ya que se suspenderían esos contactos bilaterales para conciliar y pasaría el conflicto a quedar enmarañado en un diálogo de sordos, en el que unos reclaman un territorio ocupado habitado por tres mil personas que hablan otro idioma y viven otras costumbres, con otros que quieren amnistiar su pasado imperialista y desentenderse del asunto librándolo a la autodeterminación y, mientras tanto, seguir explotando los recursos naturales del territorio disputado.

Petróleo, pesca y encontronazos

El conflicto se disparó en los últimos años, principalmente desde que Londres permitió la concesión de exploraciones de hidrocarburos en el mar aledaño a las islas. Además, los gobiernos de Néstor Kirchner primero y el de Cristina Kirchner después dieron una particular atención a la cuestión Malvinas.

Con un renovado apoyo latinoamericano, Argentina obtuvo varios logros diplomáticos que van sumando al arrinconamiento del Gobierno británico, el cual se niega a discutir sobre la soberanía de las Malvinas. Uno de esos hechos es la decisión unánime de Unasur, el ALBA y Mercosur de bloquear sus puertos a buques con bandera de las Falklands.

Si bien en sentido práctico la medida es fácilmente subsanable -los buques comerciales cambian la bandera y listo-, la solidaridad latinoamericana despertó la alarma en el Gobierno conservador de David Cameron, más combativo y contraofensivo en el tema que su antecesor laborista.

La máxima tensión sucedió cuando Cameron tildó de «colonialista» la postura argentina y derivó en una escalada verbal. La presidenta, Cristina Kirchner, quien había insinuado el año pasado durante su discurso en la ONU que podría decidir la suspensión de los vuelos comerciales que llegan a las Malvinas desde suelo argentino, decidió hacer lo contrario: proponer aumentar la frecuencia de vuelos pero partiendo desde Buenos Aires -en estos momentos lo hacen desde la sureña provincia de Santa Cruz- y que los aviones sean de Aerolíneas Argentinas, la empresa estatal aérea.

Si bien los isleños rechazaron la medida de inmediato, suspiraron aliviados ante lo que podía ser un embargo económico in crescendo. Es que los habitantes de las Malvinas gozan hoy por hoy de uno de los mejores niveles de vida del mundo gracias a sus concesiones de permisos pesqueros, y ese estándar es algo que no quieren abandonar.

La última ofensiva diplomática argentina hace hincapié en el «robo», como dice sin titubeos la propia presidenta, de los recursos naturales y en la militarización del Atlántico Sur. El canciller argentino Héctor Timerman dejó entrever en una conferencia de prensa que Londres habría ingresado submarinos con armamento nuclear basándose en fuentes de inteligencia, y denunció esto ante el Consejo de Seguridad de la ONU.

Además, ha comenzado un proceso de acciones legales y propagandísticas contra el desarrollo económico vinculado a los hidrocarburos. La Cancillería del país sudamericano ha enviado notas advirtiendo a las bolsas de Nueva York y Londres de que quienes participen en negocios exploratorios en un área de disputa de soberanía están en «riesgo de litigio».

Por su parte, el Foreign Office y varios dirigentes políticos tories recrudecen su diatriba contra la postura argentina y sostienen la misma respuesta: se puede hablar de cualquier tema menos de la soberanía, y los isleños decidieron ser británicos por lo que se los considerará como tales, en tanto no deseen la autodeterminación.

Mientras, 30 años después, las consecuencias de una guerra insólita y -hoy en día, a diferencia de aquel entonces- profundamente impopular todavía se hacen sentir. Impactan en el imperialismo anacrónico que se niega a admitir un cambio de época, y también en un país que no cicatriza el haber enviado a sus hijos a morir tan vanamente a favor de una dictadura cruel.

Cronología del conflicto

1833. La Marina inglesa toma el control de las Malvinas echando a los argentinos que las habitaban.

1946. Primer período de sesiones de la Asamblea General de la ONU. Argentina presenta la primera reclamación por la soberanía de las islas.

1953. El Gobierno argentino desconoce a las «Falklands Island dependencias» (con las islas Georgias y Sandwitch incluidas).

1960. Inicio de las negociaciones bilaterales con Gran Bretaña en la ONU, que aprueba la «Declaración sobre la concesión de la independencia a los países y pueblos coloniales».

1963. A través de los medios se denuncia el intento británico de dar independencia a las islas.

1965. La Asamblea General de la ONU aprueba por unanimidad la primera resolución (2065) sobre Malvinas, obligando a Gran Bretaña a entablar negociaciones bilaterales con Argentina.

1971. Se reinician las conversaciones bilaterales. Encuentro en Buenos Aires en junio con participación de los isleños.

1982. Reuniones bilaterales en febrero en Nueva York, aunque secretamente Argentina ya había decidido la recuperación militar de las islas. El 2 de abril se produce la operación para recuperar las islas. En junio se pierde la guerra.

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