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Raimundo Fitero

Fallas

En la «Noche temática», nos volvieron a recordar que la tierra está viva, que debajo de los adoquines hay arena y debajo de la arena cloacas, fósiles y el magma del planeta, sus entrañas, allí donde siempre está encendida la caldera, por donde circulan las aguas más cristalinas, los sistemas más autónomos de creación y transformación de las energías más importantes. En esas descripciones, se nos asegura que los vulcanólogos por un lado y los geofísicos por otra, predicen de manera incierta los acontecimientos, pero son incapaces de fijar un calendario de eventos que solamente se certifican cuando los sismógrafos se ponen a registrar el temblor.

Son estudios constantes, equipos humanos con instrumentos de comprobación, medición y soportes de estudios de campo que no dejan lugar a muchas dudas. Saben donde están las fallas de todo el plantea, tiene controlada su actividad ordinaria, apostarían triple contra sencillo que algunas se rozarán, se chocarán, se sobrepondrán y ello causará temblores locales, generales o casi terrícolas, pero no tienen manera de predecir la fecha, ni por aproximación. Puede ser hoy, dentro de un año, de veinte o de dos siglos, pero sucederá. Lo dicen con mucha convicción, lo demuestran con exposiciones audiovisuales conmovedoras, realmente didácticas, pero los seres humanos siguen construyendo ciudades, urbes, casas donde colocan las esperanzas y futuros, en lugares donde se sabe que va a suceder el terremoto.

Cada vez que sucede un terremoto, de la escala que sea, no solamente hay un corrimiento de esas masas internas, sino que en la superficie, en la corteza terrestre se producen desplazamientos. Nos ofrecieron una muestra colocada en un tejado de una comisaria edificada en cemento en Haití, y con un GPS, midieron el desplazamiento de ese punto de referencia, y había sido de treinta centímetros. Y nos aseguraron que toda una parte de la isla se había movido esos centímetros, al igual que nos mostraron cómo en otros puntos, esos movimientos habían sido mayores. Los científicos saben contar lo sucedido, medir sus consecuencias, pero no saben todavía prevenirlos. Advierten, pero casi nadie les hace caso.

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