Koldo CAMPOS Escritor
La normalidad
Terminada la huelga volvemos a la normalidad. Esa en la que vuelven los parados a incrementar su nómina y a prolongar la fila los hambrientos; los desahuciados a demandar justicia y los bancos a practicar la usura; los empresarios vuelven a sus risas, los indignados retoman sus quimeras, la Policía se aposta en las esquinas y el Estado se enroca en su sordera. Es la normalidad.
Los precios, hábilmente camuflados en las estanterías de los supermercados y armados de guarismos de largo alcance, patrullan los pasillos y los aparadores. Algunos precios, veteranos de otras alzas, instalados en las registradoras, practican allanamientos en las carteras y bolsillos que todavía circulan, decomisando salarios de fabricación casera y esperanzas falsificadas.
Se ha sabido de precios que han formado piquetes y recorren empresas y negocios amenazando con violentas represalias a quienes se nieguen a especular ganancias y sumar dividendos.
Y turbas de impuestos y facturas, siempre encapuchadas, asedian y saquean salarios familiares cargando con todo lo que de valor encuentren, sean expectativas preciosas o confianzas en efectivo. Persisten los recortes de distinto calibre quemando empleos en la calle y provocando disturbios en todos los balances.
Miles de personas siguen detenidas en las comisarías de la impotencia y otras tantas han sido traducidas a audiencias y juzgados compulsivos acusadas del delito de ser y, lo que es peor, en consecuencia.
No sé porqué pero sospecho que la «normalidad» necesita más golpes de cordura, más embates de lucidez, más huelgas generales.