Mikel INSAUSTI

Aunque hasta la fecha Julie Gavras sólo ha dirigido dos largometrajes de ficción, va describiendo ya una interesante trayectoria como digna sucesora de su padre. En su ópera prima “La culpa la tiene Fidel” hizo un original estudio de las diferencias ideológicas entre su generación y la de sus progenitores, a través de la historia de una niña que se resiste a dejar el colegio burgués en el que está matriculada cuando sus padres se entregan de lleno al activismo político animados por la figura emergente de Salvador Allende. En “Tres veces veinte años” esos padres ya son abuelos con nietos, por lo que la mirada de la cineasta se centra ahora en la vejez. El análisis de la convivencia matrimonial a la edad de la jubilación lleva a la autora a establecer diferencias, bien razonadas, entre la actitud de la esposa y la del marido frente a los efectos del paso del tiempo. Son las magistrales interpretaciones de Isabella Rossellini y de William Hurt las que permiten apreciar en toda su complejidad dos comportamientos opuestos, aunque complementarios dentro del tira y afloja de una pareja enfrentada a otra crisis más en su vida, seguramente la definitiva.

Bajo la apariencia engañosa de las cremas faciales y de las clases de “aquafitness”, ella es mucho menos superficial de lo que pudiera pensarse y, desde luego, más realista que él en cuanto a admitir su situación vital. Quiere que también su cónyuge asuma que ya no son jóvenes, pero el hombre prefiere refugiarse en el trabajo como si nada hubiera cambiado, como cuando sus hijos eran pequeños y no tenían aún sus propias familias. Por tal motivo la mujer recurre a la ironía, llenando el hogar de aparatos para ancianos de los que venden en las ortopedias, ya sea un teléfono con números grandes o un baño adaptado. El destino profesional también juega en contra del elemento masculino, pues en el estudio donde trabaja como arquitecto le encargan el diseño de geriátricos, y para ello necesita ponerse en el lugar de los residentes.