GARA > Idatzia > Eguneko gaiak

75 ANIVERSARIO DEL BOMBARDEO DE GERNIKA

«El tema acaba saliendo en cualquier conversación familiar»

Ibon Lejarzegi, Iraia Madariaga y Amaia Oleaga | Jóvenes de Busturialdea y estudiantes de magisterio


No conocieron en primera persona el horror y la muerte. Ni siquiera los posteriores años de plomo y cartillas de racionamiento. Aun así, Amaia Oleaga, Iraia Madariaga e Ibon Lejarzegi llevan tatuada la rabia y la impotencia en el ADN, como una marca de nacimiento que nadie puede borrar. Estudiantes de Magisterio en el campus de Leioa de la UPV-EHU, comparten algo mas que clase: el recuerdo y la memoria de lo que ocurrió en Gernika hace 75 años.

p004_f02.jpg

Mikel PASTOR | GERNIKAIbon lejarzegi, Iraia madariaga y Amaia oleaga
jóvenes de BUSTURIALDEA y estudiantes de magisterio
No conocieron en primera persona el horror y la muerte. Ni siquiera los posteriores años de plomo y cartillas de racionamiento. Aun así, Amaia Oleaga, Iraia Madariaga e Ibon Lejarzegi llevan tatuada la rabia y la impotencia en el ADN, como una marca de nacimiento que nadie puede borrar. Estudiantes de Magisterio en el campus de Leioa de la UPV-EHU, comparten algo mas que clase: el recuerdo y la memoria de lo que ocurrió en Gernika hace 75 años.

Amaia Oleaga, Ibon Lejarzegi e Iraia Madariaga son tres jóvenes de Gernika y sus pueblos colindantes. Más de cincuenta años de edad les separan de Juantxu Izagirre y, sin embargo, hay ciertos matices, tonos de voz, expresiones y sentimientos que permiten vislumbrar, más allá del evidente salto generacional, puntos emocionales en común: esa rabia, impotencia e indignación de quien ha sido masacrado y que difícilmente desaparece del ADN de un pueblo.

Los tres nacieron en otra época, pero conocen la barbarie por vía familiar. Ibon, como toda su familia, es oriundo de Forua. En su casa el bombardeo ha sido un tema recurrente, por eso su relato parece un testimonio personal: «Días antes del bombardeo, por la villa ya se sabía, o al menos se intuía, lo que podía pasar. Eso fue lo que salvo a miles de familias que -como la del propio Ibon- consiguieron huir desde Forua hasta Larrabetzu, pasando por Errigoiti, hasta llegar a Lezama, donde consiguieron establecerse».

Los familiares de Amaia también residían en el entorno de la villa foral, en Muxika y en Ajangiz, y aunque allí la destrucción no alcanzara los niveles de Gernika, ambos pueblos quedaron «tocados», con edificios destruidos parcial o totalmente. «Como en el caso de Ibon, las familias que pudieron anticiparse al bombardeo tuvieron que refugiarse en los bosques cercanos; fue una constante en estos pueblos», explica.

Ibon apunta: «Meses después de la masacre, cuando los baserritarras volvían a trabajar las tierras, descubrían cadáveres descompuestos, descuartizados, trozos de brazos, piernas». Víctimas anónimas, tragedias sin identificar.

La pérdida no se limitó a vidas humanas. Es incontable la cantidad de documentos y otros elementos culturales que se perdieron tras aquel bombardeo. Amaia guarda ese recuerdo: «Cuando mi familia volvió a su casa, la encontró prácticamente derruida. Mi tatarabuelo, que era bertsolari y un creador bastante fructífero, encontró todos sus bertsos destrozados o quemados».

A través de los años

Los tres han mamado desde la infancia lo que supuso aquella tragedia. «Está presente en todas las familias. Es un tema que acaba saliendo en cualquier conversación familiar. Las experiencias personales, los desaparecidos... Se trata de transmitir a los hijos, a las nuevas generaciones, el horror que supuso todo aquello, para que nada de lo que ocurrió pueda caer en el olvido colectivo», reflexiona Iraia.

La respuesta es contundente cuando se les cuestiona si, tres cuartos de siglo después, es posible identificarse con quienes vivieron el bombardeo. «Sin ninguna duda», responden al unísono.

Han pasado los años, las generaciones, pero en ellos se vislumbra la misma llama que late en el interior de Juantxu Izagirre. «A pesar de no haberlo vivido de cerca, el vínculo es evidente. Lo ves, lo notas, lo escuchas, sabes que es tu propio pueblo el que se ha sido destruido... es imposible abstraerte de todo eso y no sentir comprensión y cariño hacia tus familiares y tus vecinos. Fue absolutamente inhumano», constata Iraia. «Hay cosas que no necesitas ver. Solo imaginarte la pérdida de tus propios familiares, amigos, de la casa donde siempre has vivido... tiene que ser un infierno», reflexiona Ibon.

Los tres valoran «positivamente» el trabajo de concienciación que se realiza en ikastolas y escuelas. «Nunca está de más, nunca se insiste lo suficiente en un tema de esta gravedad», comenta Ibon. Los tres jóvenes, ahora estudiantes de Magisterio, concretan los centros educativos en los que se han formado. Iraia responde: «Seber Altube». Un nexo perfecto entre el pasado y el presente de ese símbolo de paz y libertad en el que se ha convertido Gernika transcurridos setenta y cinco años de viva memoria.

Imprimatu 
Gehitu artikuloa: Delicious Zabaldu
Igo