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ENTREVISTA | Erin Brockovich, activista medioambiental por el agua

«La gente en mi país no sabe que el agua está contaminada y no hace nada»

Un año más se celebró el Día Mundial del Agua decretado en 1992 por las Naciones Unidas. A través del excelente documental «Last call at the oasis» (de Jessica Yu), nos podemos dar cuenta de que la situación a nivel mundial en relación al vitalísimo líquido no es muy alentadora. Una de las activistas más famosas del mundo llama a espabilarnos.

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Janina Pérez Arias | BERLÍN

Erin Brockovich (Lawrence, Kansas, 1960) suelta una risa contagiosa cuando se le pregunta si es un poco como Don Quijote, dejando escuchar el tintineo de sus pulseras doradas, sentada en un elegante sofá que habita en la suite de un cinco estrellas berlinés. Esta heroína moderna, que se dio a conocer a través de la pretty woman de Hollywood, dista de ser una figura de ficción. La real Erin, la de verdad-verdad, sigue librando batallas de envergadura porque lo que está en juego es un elemento tan vital como el aire, tan necesario como pestañear. El agua en todos sus tiempos, y más en el hoy y el futuro, es el tema de la cruzada de esa mujer de largas piernas, cabellera rubia en perfecto peinado y escote que con los años se ha hecho menos revelador.

Las minifaldas, que tantas piernas al aire le significaron a Julia Roberts cuando en el año 2000 encarnó a Erin bajo la dirección de Steven Soderbergh haciéndose con un Óscar, ya casi pasaron a la historia; pero lo que sí está intacto, y sigue asombrando, es esa misma pasión que movió a la hija de un ingeniero y una periodista de Kansas a no quedarse callada y empezar a librar luchas contra los políticos de turno, empresas de nombres sonoros e indolencia de sus compatriotas. «Superman no vendrá a salvarnos», predica y recuerda una y otra vez en esas ya legendarias charlas que imparte en ciudades, pueblos y pequeñas comunidades.

En el excelente documental «Last call at the oasis» (de Jessica Yu, que se puede ver en www.facebook.com/lastcallattheoasis) presentado en el Festival de Berlín, Erin vuelve a recordar que la lucha por el vital líquido continúa, que tal como le dijo su padre cuando era pequeña: «La próxima guerra será por el agua», y que detenerla está en las manos de cada uno de los ciudadanos del mundo.

Cabe recordar que esta activista del medio ambiente, cuando era ayudante de un bufete de abogados, carente de una carrera universitaria, tal como lo relató Soderbergh en aquella película, logró lo impensable: movilizar a toda una comunidad afectada por la contaminación de agua y ganar un juicio a la imponente Pacific Gas and Electric Company (PG&E) of California en 1993. «La gente en mi país no sabe que el agua está contaminada, ni sospechan que se están envenenando, y ante esta situación nadie hace nada al respecto», denuncia Erin. «Eso lo digo una y otra vez en las comunidades que visito, ¿qué es lo que pasa con nosotros? Por esa razón es que he apoyado `Last call at the oasis', un tema que lo he estado tratando durante más de veinte años».

La presidenta de la consultoría Brockovich Research & Consulting no se limita al trabajo de escritorio, a aparecer en la televisión ni a dejarse fotografiar para sendos artículos y entrevistas de medios de comunicación en todo el mundo, ni a vivir la dulce vida de una autora de bestseller con su libro «Take It From Me: Life's a Struggle But You Can Win» (2006). A pesar de su estampa de «señora bien», Erin Brockovich se encharca sus tacones, porque aunque no abandone su pintalabios ni su laca, sabe que la pelea es, simplemente, peleando.

La crisis del agua planteada en «Last call at the oasis» no es un escenario muy alentador...

A la gente le causa impresión saber que hasta en los Estados Unidos hay gente que no tiene agua. En todos los grandes países abres el grifo y sale agua, pero no hay que olvidar que justo en el patio de atrás de tu casa hay gente que de verdad no la tiene. Eso lo debemos ver, y puede llegar a ser un escenario horrible a futuro. Podemos ver que la escasez del agua está próxima, así que podemos empezar a hacer cambios, y si no lo hacemos será un gran problema. Desde Canadá hasta Inglaterra, muchos son los países que tienen problemas con el agua contaminada. Esperamos que esta película sea una inspiración para el cambio.

¿Qué podemos hacer?

Hay muchas cosas que podemos hacer hasta en nuestra vida diaria. Las comunidades deben movilizarse a nivel local para iniciar los cambios. He visto que en las localidades que han sido afectadas con aguas contaminadas, donde los niños sufren de cáncer a causa de envenenamiento, la gente no quiere hablar al respecto porque se sienten avergonzada, pero cuando se unen se sienten cómodas hablando de los problemas por los que están atravesando. Eso influye al cambio porque son personas que son conscientes de que, ante la ausencia de información, se tienen que proteger a sí mismos, y solamente con una reunión comunitaria están en capacidad de tomar el control, de crear conciencia e involucrar a los otros ciudadanos. Eso es muy útil. No hay que tener miedo de comentar que el agua de tu casa huele mal o tiene un color extraño. Es muy simple: hay que decidir involucrarse.

¿Qué es lo que detiene cambios más palpables a gran escala?

La política (risas). Hay mucho miedo a que se den a conocer los desastres que se están viviendo, y lo que se hace es ocultarlos, ocasionando aún más dificultades a futuro. Se está destruyendo el medio ambiente a gran escala y no hay ninguna transparencia. Hay que enfrentarse a todos esos problemas, no esconderlos, así como demandar moral de las grandes compañías contaminantes.

Uno de los aspectos interesantes del documental es el referente al agua embotellada frente al agua de grifo para el consumo. ¿Cuál es su posición al respecto?

Yo tomo de las dos. En América se juega mucho con la creencia de que el agua embotellada viene de los manantiales, y se ha comprobado que muchas de esas marcas usan agua de grifo. Eso es una decepción. Por otra parte, se tiene la creencia de que el agua de grifo es mala; sin embargo, en algunos casos no es así. La gente ha perdido la confianza tanto en las empresas que embotellan como en las agencias que regulan la calidad del agua de llave. En algunas comunidades las personas no tienen elección y deben consumir agua contaminada; contar con agua de buena calidad para el consumo debería convertirse en un derecho humano.

Yo tomo agua de grifo en Alemania, en Suiza, en Nueva York. En India tomé cerveza durante tres días (risas). Si tiene un color y olor extraños, claro que no la tomo, como tampoco bebería la del baño de un avión (risas).

Con sus charlas de motivación usted recorre no solamente Estados Unidos sino también otros países, ¿qué la impulsó a hacerlas y qué ha descubierto a través de las mismas teniendo el contacto directo con la gente?

Desde niña me ha gustado tener contacto con la gente. Nací y crecí en una pequeña localidad, en Lawrence, en Kansas. Mi padre es ingeniero y fue quien me enseñó la importancia del agua. Eso se lo he transmitido a mis hijos también, y esa enseñanza me inspiró para mi trabajo. Cuando salió la película que lleva mi nombre, obtuve una plataforma para desarrollar mi labor y trabajar con la gente, para hacerles entender lo que pasa en sus comunidades. Hubo personas que me dijeron que no llegaría a nada, pero quise hacerle ver que podían tomar los problemas en sus manos, que dejaran de esperar a Superman para ser rescatados. La cosa era transmitirles ese «hazlo tú mismo». Yo puedo ir a diferentes ciudades y países con mis charlas y lecturas para plantar esa semilla, y me puedo marchar tranquila sabiendo que sí lo van a hacer. Y he visto a la gente recobrar sus tierras, su agua, sintiéndose orgullosa de lo que ha logrado.

 
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