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Triste, pero no extra�o

La muerte de I�igo Cabacas Liceranzu, el joven que el pasado jueves result� herido en Bilbo tras el partido entre el Athletic y el Schalke, es en primer lugar y ante todo una irreparable p�rdida para su familia, y entristece a cualquier ciudadano de este pa�s. Pero ese lamentable suceso tiene adem�s implicaciones muy graves por ser consecuencia de una carga de la Ertzaintza.

En el plazo de una semana, dos j�venes han sido ingresados en la Unidad de Cuidados Intensivos a consecuencia de intervenciones de ese cuerpo, uno en el marco de una huelga general y el otro en la celebraci�n de la clasificaci�n de un equipo de f�tbol, cuando seg�n los testigos la Ertzaintza carg� contra una multitud de gente por una ri�a menor. Tristemente, a casi nadie extra�an ya las terribles consecuencias de una din�mica que se intenta justificar luego con versiones oficiales que no respalda ning�n testigo y que son contradictorias con los relatos de los presentes y con el propio sentido com�n. Cabe preguntarse de paso si intervenciones as� se hubieran producido en otros lugares o situaciones que no fueran frente a un piquete informativo y junto a una herriko taberna respectivamente.

La preocupaci�n que ayer mostr� Rodolfo Ares tras conocer el fallecimiento de Cabacas llega muy tarde, no solo por la incapacidad de dar una explicaci�n en este caso concreto pasados ya cuatro d�as -�c�mo cabe seguir sosteniendo que no se sabe qu� produjo la herida?-, sino porque la escalada violenta de la Ertzaintza en las �ltimas semanas hac�a teemer algo as�. A un responsable policial como �l debe exig�rsele lo que el mismo nombre del cuerpo predica: proteger a la ciudadan�a (herri zaintza), y no intimidarla y apalearla.

Por supuesto que se debe llevar a cabo una investigaci�n a fondo. Pero ni siquiera eso es suficiente a estas alturas. Ayer se oyeron numerosas voces pidiendo la dimisi�n del consejero, lo que tambi�n se queda corto a estas alturas. Es preciso, y urgente, un replanteamiento de la funci�n de las diversas polic�as y de sus m�todos, y solventar la evidente falta de profesionalidad -y hasta de su humanidad- de sus miembros.

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