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Amparo LASHERAS | Periodista

Circunstancia social que molesta

 

En el siglo pasado, en cualquier debate sobre las formas de lucha popular en defensa de los derechos, en contra de la opresión nacional y social de los pueblos o como contestación a la injusticia, era inevitable que en algún momento de la discusión alguien nombrase a Gandhi para descartar la violencia y ponerlo de ejemplo en el éxito de la no colaboración y de la desobediencia civil. Si alguna defendía la opción armada de la guerrilla cubana, del Che Guevara o del FLN argelino siempre surgía en la confrontación dialéctica un seguidor aventajado de Gandhi o de Martin Luther King si se simpatizaba con Malcom X o los Panteras Negras. Representaban el otro lado de la lucha revolucionaria, el que necesita de todo el pueblo para cambiar el mundo. Durante años el pensamiento de estos activistas supuso un ejemplo del buen hacer civil, ensalzado por las mismas democracias que terminaron asesinándolos igual que a los revolucionarios de las vanguardias armadas. Para el sistema eran iguales, la misma amenaza con diferente discurso. Son cosas del siglo pasado, pero queramos o no, todo termina enlazándose si el problema persiste y las revoluciones no se concluyen. Las devastadoras consecuencias de la crisis capitalista avanzan y con ellas el descontento y la miseria social. La posibilidad de que el pueblo se organice para buscar respuestas aumenta. La reforma del Código Penal anunciada por Interior va a por todas. Lo que antes sirvió para perseguir a los malos mañana valdrá para silenciar a los que hasta ahora eran buenos. Como dice Charlie Chaplin en «Un Rey en Nueva York», la revolución es una circunstancia social que molesta. Así que a borrarla del mapa.

Una colosal batalla con agua comenzó ayer en las ciudades de Tailandia para festejar el Año Nuevo tradicional, la fecha del calendario más importante de este país que sufrió hace unos meses las peores inundaciones de su historia reciente. Con las fachadas de muchos edificios aún con las marcas de las riadas bien visibles, decenas de miles de tailandeses salieron a las calles armados con cubos y pistolas de agua para empapar al que se cruzara con ellos. El Songkran, que así se llama el festival y coincide siempre con el movimiento del sol desde la constelación zodiacal de Piscis a la de Aries, es una tradición ancestral que en sus orígenes tuvo un carácter eminentemente religioso, pero que durante las últimas décadas se ha ido transformando en una diversión.

Durante los tres días que dura el festival los mayores cumplen con los ritos budistas, mientras que los jóvenes, así como turistas de todas las edades, libran innumerables escaramuzas en las que el objetivo es mojar al contrincante de los pies a la cabeza y embadurnarle el rostro con polvo de talco.

«Según la tradición el agua purifica y limpia los pesares pasados; este año Tailandia ha sufrido mucho, así que tendremos que limpiar todos los rincones», indicó a Efe una joven empapada.

Estos días es casi imposible permanecer seco en las calles de las ciudades tailandesas, que son patrulladas la mayor parte del día y de la noche por hordas de jóvenes provistos de todo el agua posible. Su blanco predilecto es siempre el turista que, por mucha compasión que pida, recibe un remojón. «Acabo de llegar tras 30 horas de viaje y el primer recibimiento que me han dado ha sido lanzarme un cubo de agua», explicó Raúl Rivas, un visitante español.

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