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Joxean Agirre Agirre | Sociólogo

Insostenible

Haciendo suyo el recurso literario de la novela más reconocida del escritor recientemente fallecido Antonio Tabucchi, «Sostiene Pereira», cuyos capítulos comienzan siempre con esta misma frase que le da título, Joxean Agirre hace en estas líneas un repaso de las afirmaciones que distintos agentes politico-institucionales y policiales han vertido a la opinión pública a lo largo de la última semana y al hilo de la muerte del joven Iñigo Cabacas. En su opinión, es insostenible «seguir aguantando estoicamente las mentiras de esa clase política miserable», y cree que es hora de abordar el debate del modelo policial que necesita este país.

Sostiene Pereira» es una magnífica novela escrita por el recientemente fallecido Antonio Tabucchi. La novela está ambientada en Lisboa en 1938, en pleno régimen salazarista. Pereira es un periodista que dirige la sección cultural de un diario local. Es un hombre tranquilo, sin ideas políticas, dedicado sólo a la literatura, y al recuerdo de su mujer, fallecida años atrás. Conforme escribe sus crónicas, Pereira empieza a admitir la realidad del régimen bajo el que vive, la violencia, el clima de intimidación, la censura a la que es sometida la prensa, todo aquello que no había querido ver hasta entonces. Todos los capítulos de esta recomendable obra literaria arrancan con un descriptivo «sostiene Pereira», recurso muy oportuno para referirse a la situación creada tras las heridas, agonía y muerte de Iñigo Cabacas.

Sostiene Rodolfo Ares que su Departamento investiga todas las posibles hipótesis en relación con el caso, cuando desde el primer momento fueron decenas los testigos presenciales que se pronunciaron de forma inequívoca al respecto en radio, medios escritos y redes sociales: uno de los ertzainas que abrió fuego el jueves en la bilbaína calle María Díaz de Haro impactó en la cabeza de Iñigo con una de las numerosas pelotas de goma disparadas. Lo hizo sin motivo suficiente, y utilizando de manera irresponsable un material retirado desde hace tiempo del arsenal antidisturbios de casi todas las policías europeas.

En la rueda de prensa del pasado martes, Ares fue tajante: «a lo largo de estos últimos años se han hecho cientos, miles de intervenciones con pelotas de goma y ha podido haber heridos pero no ha habido ni un muerto». Cientos de heridos, debería decir. Pero que no perturbe nuestra buena memoria: Rosa Zarra murió tras recibir el impacto de una de esas pelotas en el año 1995, aunque los antecesores de Ares, Atutxa y Martiarena, trataron de convertir aquella tragedia en una «muerte natural» sin connotaciones políticas. Del mismo modo, Imanol Lertxundi, Kontxi Sanchiz y Remi Ayestaran perdieron la vida en el transcurso de cargas e intervenciones de la Ertzaintza, y son decenas las que viven con una prótesis ocular.

Sostiene el Consejero de Interior que llevará la investigación hasta el final, depurando, si las hubiese, todas las responsabilidades. Unas palabras, éstas, idénticas a las que pronunció Rodolfo Martín Villa tras el ataque de la Policía Armada contra los Sanfermines de 1978, que causaron la muerte de Germán Rodríguez en Iruñea, y de Joseba Barandiaran en Donostia. Por entonces, el ministro del ramo llegó a asegurar: «en cualquier caso, lo nuestro son errores, lo suyo crímenes».

Sostiene José Antonio Pastor, secretario general del PSE en Bizkaia, que Batasuna trata de apropiarse del dolor de una familia para hacer política. En esta idea abundan igualmente los editorialistas y firmas habituales de la prensa regional afín al PP, PSE y PNV. Reprochar a las políticas y acción represiva la muerte de Iñigo pasa a ser un intento de «patrimonializar« el suceso y un esquema del pasado en opinión de estos políticos y creadores de opinión. A saber, la correcta contextualización de lo ocurrido sólo pasa por referirse al fallecido como a un joven apolítico envuelto en los «incidentes tras el Athletic-Schalke 04». Obviar que os incidentes los provocó el embate criminal de la Ertzaintza es cuestión menor.

No han faltado, tampoco en esta ocasión, los sesudos comentarios que consideran al joven de Basauri como una víctima circunstancial, ajena a lo que ha venido en llamarse el «conflicto político». Un «hincha», ni más ni menos. Pasan por alto que la única motivación política relevante en este caso es precisamente la de los ertzainas que dispararon contra la población, en un ejercicio de represión violenta mil veces acontecida en Euskal Herria desde hace largas décadas. El afán de tildar lo ocurrido con fórmulas edulcoradas que sustituyan la expresión correcta no despolitiza los hechos. La misma motivación política de los responsables del Departamento de Interior, cargos políticos y policiales de la Ertzaintza, estuvieron a punto de causar la muerte a Xuban Nafarrate en Gasteiz, en el transcurso de la huelga general del 29-M. Una motivación política de idéntico vigor y sentido opuesto permitiría hacer imposible este tipo de ataques policiales y desenlaces.

Sostienen los sindicalistas de ErNE que en el trasfondo de la muerte de Iñigo Cabacas hay que advertir falta de profesionalidad, por cuanto que fueron agentes de la «brigada de refuerzo» creada por Ares los que dispararon a mansalva junto a la Herriko Taberna de Indautxu. Dicho de otra manera, que si hubiese llegado primero la Brigada Móvil, hubiesen contribuido eficazmente a la normalización de la zona. ¡Para algo ejercitan a diario el difícil arte de repartir hostias!

Sostienen los sindicatos policiales que la desorganización y el que los agentes trabajen sin el descanso necesario entre guardia y guardia son peligrosos. Por lo visto, los garrulos de cabeza afeitada atiborrados de esteroides y anabolizantes y que disparan a la primera de cambio son víctimas de la fatiga y de la falta de plantilla. De seguir el consejo corporativo de los sindicatos de la Ertzaintza, lo apropiado sería soltar otros ocho mil esforzados de gimnasio a nuestras calles.

Sostener lo insostenible convierte en causa de obligada renuncia o dimisión a cualquiera que ejercite responsabilidades públicas. Inhabilita al partido que arropa semejante proceder y convierte en caricatura de sí mismo al periodismo institucional que el propio Pereira terminó combatiendo con honestidad e inteligencia. Pero a estas alturas ya no basta con hacer una aproximación compartida de lo ocurrido con este cuerpo policial, nacido para sustituir a una policía odiada y fajada en innumerables abusos, y convertida en una prolongación de la misma.

Es hora de proponer algo completamente distinto y asumirlo como programa de gobierno con vistas a que el estado policial gestionado por cínicos del calibre de Ares, Buen, Varela, y también de sus antecesores jelkides, pase definitivamente a la historia. Una Ertzaintza redimensionada, que atienda a las necesidades reales de la sociedad vasca, cuyos agentes sean perfectamente identificables en todo momento y estén sujetos a un efectivo control. Además de la inmediata desaparición de las pelotas de goma y de otros instrumentos lesivos, es imprescindible el desmantelamiento de las secciones de la Brigada Móvil no adscritas a salvamento y rescate, la despolitización de la cadena de mando y la reestructuración de la División Antiterrorista. Para realizar esta transformación y establecer el modelo policial que realmente precisamos (larga discusión, por cierto), se impondría una dirección colegiada con presencia de todas las fuerzas políticas, siendo la Consejería de Interior el órgano coordinador de la misma. De esta manera, la Ertzaintza no podría ser nunca correa de transmisión de los impulsos represivos de una única fuerza política, y menos aun, de los intereses del estado. Lo realmente insostenible es seguir aguantando estoicamente las mentiras de esa clase política miserable.

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