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Carlos GIL Analista cultural

Espejo

Las tragedias exhuman espectros que no se reflejan en el espejo del notario. La música escaneada no se traduce en notas a pie de página, sino en emociones a pie de tugurio. Si silbas frente al espejo el vaho esconde tus arrugas. La barra del estudio se fija en paralelo al espejo y te hace la figura más esbelta. Los espejos multiplican el cuerpo hasta convertirlo en alma, en gesto fugaz, en esencia de una inspiración. Ese beso transeúnte se ha fijado en un poema que atraviesa la historia y se refunda en un espejo convexo para explicar el amanecer al borde de un pantano de palabras esdrújulas. La dicción no es la forma etérea de la gramática, sino de la caligrafía. El que canta por lo bajini acentúa las sílabas viudas.

Con una fórmula magistral solicitada por los doctores de la acción artística, los mancebos de la boticas culturales se quedan exhortos en su grafismo. Tienen que recurrir a los apuntes en el cuadernillo del taller de animación ambiental para buscar su principio activo envasado que se acomode a cualquier receta. No saben discernir ni las dosis, ni la frecuencia, ni siquiera para qué sirven. No se les puede pedir más implicación que a las cajeras del supermercado.

Así aparecen las actividades culturales como una rastra de pimientos secándose al sol de la moda o de las circunstancias mercantiles. No se trata de saber cuánto dinero tenemos para hacer, sino lo principal e imprescindible es saber qué queremos hacer. Y cómo. Y para quién. Si desciframos la primera parte del enigma, el resto se encuentra en cualquier prospecto, en la parte de incompatibilidades. Incluso, si miras bien, lo encontrarás escrito con carmín en el espejo.