Rafael Videla, que acumula varias condenas a cadena perpetua y está siendo juzgado por el robo sistemático de bebés durante la dictadura argentina, ha decidido quitarse todas las caretas, por si aún le quedaba alguna.

Durante largos años negó que la Junta Militar hubiera diseñado un plan de exterminio e, incluso, en una entrevista reciente con la revista española «Cambio 16» ponía en duda la existencia de desaparecidos al referirse a ellos como «gente que no se sabe donde está». Pero ahora, en el libro-entrevista «Disposición final» del periodista Ceferino Reato, publicado la pasada semana en Argentina, asume con orgullo que «había que eliminar a un conjunto grande de personas que no podían ser llevadas a la justicia ni tampoco fusiladas. Pongamos que eran siete mil u ocho mil las personas que debían morir para ganar la guerra contra la subversión». El objetivo: «Disciplinar a una sociedad anarquizada».

Según ha explicado el autor del libro -fruto de veinte horas de entrevista con el dictador divididas en nueve encuentros-, con los términos «disposición final», Videla se refiere «a un método que tenía cuatro pasos; la detención o secuestro de personas, confinamiento en lugares secretos, muerte para los irrecuperables y, por último, desaparición y ocultamiento de sus cuerpos. Dice que es, por ejemplo, como cuando una ropa no tiene más uso porque ya no tiene vida útil, no sirve».

Añade que «cada desaparición puede ser entendida ciertamente como el enmascaramiento, el disimulo, de una muerte para evitar protestas dentro y fuera del país», objetivo que no pudieron cumplir porque «en contra de lo que creían, las familias no nos quedamos llorando en casa», ha resaltado la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, para quien Videla ha demostrado, una vez más, «su deshumanización»

Consciente de que no ha finalizado el juicio sobre la sustracción de menores, dice que «el Gobierno jamás ordenó» ningún robo y que hizo lo posible por «encaminar la restitución». A día de hoy, 400 nietos siguen despojados de su derecho a la identidad. Y Videla y los suyos siguen callando.