Madrid se resiste a entender su situación
La respuesta que el Gobierno de Mariano Rajoy y la práctica totalidad de los agentes políticos y económicos del Estado español han dado al proceso iniciado en Argentina para asumir el control público de la empresa petrolera YPF, con declaraciones altisonantes y más propias de conflictos bélicos, supone, en primer lugar, una falta de respeto a una sociedad plenamente madura, como es la argentina. Porque sostener, como hizo ayer el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo, que la decisión del ejecutivo de Cristina Fernández perjudica los intereses económicos del país sudamericano y sugerir que sus mandatarios, elegidos democráticamente, no saben llevar sus riendas, denota una actitud obscenamente paternalista, propia de una antigua metrópoli.
Además, esas declaraciones -secundadas por el FMI- no responden a la verdad. La recuperación de los recursos energéticos no tiene por qué perjudicar a las inversiones en Argentina. Al contrario, puede abrir paso a la entrada de inversores distintos a los que hasta ahora han acudido a ese y otros países con actitud depredadora y sin ánimo de reinvertir siquiera una parte de la riqueza obtenida. Margallo, consciente o inconscientemente, confunde la parte con el todo, y olvida que además de las tradicionales potencias inversoras, en declive, en los últimos años han emergido otros países, que son los que están tirando de la economía mundial, con un potencial mayor que el del Estado español y su entorno, y a los que seguramente la actuación de la Casa Rosada no habrá molestado en absoluto. A quien sí ha perjudicado la expropiación de YPF es a Repsol y a los intereses políticos y económicos ligados a la multinacional.
Por otra parte, con su respuesta, Madrid demuestra que todavía no ha comprendido, y mucho menos asumido, cuál es su lugar en el escenario internacional. Con una economía en recesión y luchando por evitar la quiebra, es hoy por hoy uno de los eslabones más débiles de una Unión Europea que tampoco vive su mejor momento y que cada vez tiene menos peso en el mundo. El Estado español debería actuar con mayor humildad, puesto que todavía tiene mucho que perder.