Arturo, F. Rodríguez | Artista
Resistencia
Probablemente exijamos a la práctica artística lo que no exigimos en otros ámbitos de lo social. Cuando la crisis adopta todas las formas posibles: dureza desconocida, gas irrespirable o líquido que ahoga nuestro ánimo, volvemos la mirada para exigir al arte una pureza tajante o una resistencia heroica. Justo cuando descubrimos que no era cuestión de grandes estructuras, sino de pequeños mimbres, justo cuando se desmoronaron las políticas culturales y hubo que reencuadrar su acción, es cuando adjudicamos al arte y a la cultura la responsabilidad de la resistencia. Interferir en las representaciones hegemónicas, recuperar aquellas historias silenciadas, trabajar allí donde no quisieron trabajar otras disciplinas, restituir la memoria relegada, asumir y tratar las fricciones sociales para dar nuevas perspectivas siguen siendo hoy trabajos de resistencia artística. Y sin embargo toda esta labor (mejor o peor, más o menos fiable), nos transmite la sensación de un arte a la defensiva, que irremediablemente tendrá su nicho de mercado: aquel rincón de la feria dedicado al arte contestatario, crítico, resistente...
La función simbólica de un arte contemporáneo «resistente» ya no es propositiva ni alternativa, no se trata de corregir la visión del mundo, ni por supuesto de seguir asumiendo ingenuamente su transformación; su función no es otra que hacer resistente la propia idea de arte, no es otra que defender su indefendible necesidad como única garantía de supervivencia.
Pero hoy tampoco se puede eludir la posibilidad de un arte abandonado a sí mismo, como un anciano griego rebelde a la dictadura democrática que recupera con un gesto radical todo el sentido de la resistencia.