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Iratxe FRESNEDA | Periodista y profesora de Comunicación Audiovisual

Libros y olores

 

Recuerdo una curiosa historia que me contó un amigo hace años. En un pueblo de Catalunya existía una pequeña librería (espero de corazón que siga abierta), de esas en las que los ejemplares se seleccionan con mimo, un lugar con memoria, algo de polvo en las estanterías y libreros entusiastas y comprometidos. En una ocasión una elegante mujer entró por su puerta y tras arrojar una mirada escueta y fría a lo allí expuesto, se dirigió hacia el librero y le pidió un libro rojo. «Me lo está usted poniendo difícil, ¿sabe al menos de qué va, o tiene alguna referencia?». «No, solamente lo quiero para la zona blanca del mueble del salón, creo que allí un libro rojo y grande puede quedar muy bien», le respondió la misteriosa mujer. Dicho lo cual el librero sacó el libro rojo más grande y más caro que encontró en la tienda y previo pago se lo entregó a la decoradora.

Libros, decoración, ferias... Tras recuperar mi adicción por deambular entre letras, me he vuelto a perder entre ejemplares encuadernados y de ocasión. Los olfateé y hasta le lancé alguna mirada furtiva a «las cartas flotantes» de Ernesto Pérez Zúñiga: «UNA CORRIENTE SE LLEVA EL LENTO CÍRCULO DE CARTAS Y VA TRAYENDO LAS HOJAS SUELTAS DE UN CUADERNO...». Y regresó la anciana sensación de que entre aquellos libros estaba «todo». Las historias de la vida, lugares, besos y sabores, asesinatos y misterios, soluciones matemáticas, salvaciones espirituales, y los miedos del escritor obsesionado por el «todo está escrito ya». Ese es para mí el olor de las librerías, una atracción hacia el descubrimiento que me embarga cada vez que piso una. Por supuesto, los libros también sirven para la decoración.

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