Crónica | Una noche inolvidable
El país de las maravillas no era solo un sueño
El 26 de abril es una fecha trágicamente marcada en la memoria de los vascos. Nada podrá cambiar eso, ni siquiera el fútbol. Y, sin embargo, lo ha hecho. Frívolo pero cierto, el 26 de abril también será recordado por muchos como el día en que el Athletic se plantó en las puertas del cielo.
Amaia U. LASAGABASTER
Se plantó y las abrió, incluso. No es fácil imaginar cómo se vivirá la final de Bucarest, hasta dónde puede llegar la expresión de sentimiento rojiblanco. Pase lo que pase, superará lo de ayer, sin duda, pero tendrá que tirar de foto-finish porque el Athletic, del primero hasta el último de los integrantes de su gran familia, conoció ayer el éxtasis.
Más difícil aún es saber cómo se medirá la diferencia porque, a partir de ciertas magnitudes, ni siquiera hay unidad de medida que valga. Los números apenas valen para cifrar en 40.000 las almas que se reunieron en la Catedral. También hay que tirar de miles para cuantificar los aficionados que acompañaron al equipo en un paseíllo que, por fortuna, empieza a convertirse en clásico, del hotel de concentración a San Mamés. Y pasar a las decenas de miles para referirse a todos los que convirtieron las calles de Bilbo en una marea rojiblanca. Habrá que añadir más ceros aún si se trata de todos los que se reunieron en la Catedral, en txokos y bares o incluso en la intimidad del hogar para vivir no ya un partido de fútbol, sino una noche que sabían imborrable.
Cifras que también se multiplican a la hora de medir los decibelios que pueden alcanzar 40.000 gargantas conscientes de estar viviendo un momento único. O el nivel en la escala Richter que registraron los simógrafos en varias leguas a la redonda cuando el Athletic saltó al campo. Otro tanto se puede decir de los kilómetros cuadrados que hubieran podido cubrirse con todas las banderas rojiblancas que ondearon ayer, con los amperios que generaron los aplausos cada vez que un jugador rojiblanco pisó el área del Sporting. Se sabe de termómetros que explotaron con el calentón que generaron los goles de Susaeta, Ibai y Llorente. Y qué decir de los kilotones que alcanzó la explosión de júbilo que prendió el final del partido.
Inenarrable
¿Pero de qué vale la exactitud de los números en una noche así? Mucho se habla de la página en blanco como la gran pesadilla de un periodista. Error. Es infinitamente peor la certeza de que, por mayúsculo que sea el esfuerzo, resultará imposible transmitir con fidelidad experiencias como la que vivió la familia rojiblanca.
Una crónica de hechos, aún la más extensa y detallada, es a lo sucedido lo que el BOE a «Ana Karenina». Porque lo de ayer fue mucho más allá de las kalejiras, las camisetas, los balcones engalandos o los cánticos. Fue una jornada de sentimientos y sensaciones, terreno de poetas, no de periodistas.
¿Bastará decir que todos y cada uno de los aficionados rojiblancos que siguió el encuentro, en San Mamés o a través del televisor, exultante de optimismo o con la mosca detrás de la oreja, recordando lo sucedido hace 35 años o habiendo conocido los grandes momentos de la historia del Athletic solo a través de otros, necesitarán días para quitarse la piel de gallina? ¿Servirá de algo contar que los miles de corazones que conforman la familia rojiblanca laten todavía al ritmo de la Marcha Triunfal de Aida? ¿Será suficiente recordar los ojos empañados de lágrimas, los abrazos con el desconocido del asiento contiguo, el grito unánime que recorrió la Catedral, Bilbo y toda la extensa geografía rojiblanca? ¿Refleja de alguna manera lo sucedido hablar de la emoción de los chavales camino de la ikastola? ¿De las calles abarrotadas de personas que, por unas horas, olvidaron por completo todos sus problemas? ¿De los veteranos que optaron por no ver el partido para no forzar unos nervios con muchas horas de vuelo?
La respuesta es no. La esperanza, que estas líneas al menos permitan a los aficionados rojiblancos constatar que lo que vivieron fue real. Que, al contrario de Alicia, cuando abran los ojos seguirán en el País de las Maravillas. Rojiblancas, por supuesto.