Mikel INSAUSTI

El cine de terror gótico inglés no consigue recuperar el brillo perdido, tal como se pudo comprobar en la reciente producción de la reformada Hammer «La mujer de negro». Y, viendo «La maldición de Rookford», la falta de acierto actual parece residir en la pérdida de la exclusividad de una variante genérica que les perteneció en el pasado, tanto por tradición literaria como cinematográfica. Es difícil retomar los viejos vínculos con Henry James y su novela «Otra vuelta de tuerca», cuando por medio han surgido «Los otros», «El espinazo del diablo», «El orfanato» y demás películas foráneas que han universalizado una propuesta antes más localizada.

Para quitarse el complejo de encima «La maldición de Rookford» tiene una ambientación exageradamente british, ya que el debutante Nick Murphy, a pesar de ser irlandés, se ha formado en la BBC con series televisivas típicas de la casa. Suya fue la idea de situar la acción al término de la Primera Guerra Mundial, pero dentro de un internado de rígida herencia educacional victoriana. El planteamiento se presta, por tanto, a los estilemas característicos del cine de época, incluso en lo tocante a la resolución argumental, la cual constituye la parte más discutible de toda la película. El desequilibrante giro final es de corte muy folletinesco, y de ahí que un malicioso comentario leído en la red señale que la ópera prima de Nick Murphy es un cruce entre «Los cazafantasmas» y «Downton Abbey».

De hecho, los personajes principales parecen salidos de cualquiera de esos dramas seriales, sobre todo la institutriz encarnada por Imelda Stauton y el veterano de guerra que interpreta Dominc West. Éste, al igual que la estelar Rebecca Hall, es un fiel exponente de los traumas de un periodo histórico de elevada mortandad. Su necesidad de creer en la posibilidad de comunicarse con sus difuntos seres queridos es de la que se sirve la película para crear falsas expectativas, que únicamente pueden conducir, como así ocurre, hacia un desenlace tramposo.

La protagonista nunca llega a ser lo racional y científica que quiere aparentar, por lo que resulta fácil presa del espiritismo de manual.