Patxi Zabaleta | (VII) Pruebas de cargo de la conquista de Navarra. Sexta testigo de cargo
Juana de Castilla, mal llamada «la Loca»
La figura triste y digna de compasión de la soberana de Castilla y del imperio católico, Doña Juana I de Castilla, conocida como «la Loca», es un testigo de cargo de que la invasión y conquista del Reino de Navarra no fue ninguna incorporación ni unión voluntaria a la Corona de la que precisamente ella era titular nominal.
En realidad, Doña Juana la Loca –Juana I de Castilla– fue también otra víctima del cruel nacimiento de imperio español, fraguado en el crisol de Castilla. Fue personalmente tan víctima como políticamente lo fue el Estado de la Navarra independiente.
Juana I de Castilla vivió recluida contra su voluntad en el castillo-prisión de Tordesillas durante nada menos que 46 años. Primero la recluyó su padre, Fernando el Católico, con la decisoria instigación del Cardenal Cisneros, y luego su hijo, el emperador Carlos I.
Juana I de Aragón y Trastamara, que así se llamaba la Reina de Castilla y Emperatriz Católica, fue apodada la Loca porque estaba abocada o bien a morir como su esposo o bien a ser declarada loca y consiguientemente ser incapacitada, para que no se rompiera el imperio. Es decir, por razón de estado. Al principio, como heredera de Castilla de parte de su madre, Isabel I la Católica y luego también como heredera de Aragón. Su dilema trágico era: O loca recluida o el veneno.
Su marido Felipe I de Castilla, conocido como Felipe el Hermoso, murió envenenado en 1.506 en Burgos, después de jugar un partido de pelota. Junto a ella se había hecho ya con las riendas del poder en Castilla como rey consorte. Hasta entonces nadie la consideró loca. Fue Cisneros el que la declaró loca y puso en circulación todas las habladurías que llevan siglos y se autoproclamó «regente de Castilla», recluyéndola en prisión para entregar el poder de Castilla a Fernando el Católico.
Hay además otros dos fuertes argumentos sobre el hecho de que aquella reina católica fue una desgraciada víctima de la razón de estado. El primer argumento es que Juana I siguió al cuidado de sus hijos dentro de la prisión de Tordesillas, habiendo sido su hija menor, Catalina, futura reina de Portugal, la que proporcionó los testimonios más impactantes de la extrema crueldad de carceleros, como el Marqués de Denia, en sus cartas a su hermano el emperador. El segundo argumento es que en la única ocasión en que fue liberada durante su larguísima reclusión, lo que ocurrió en 1.521 por los Comuneros de Castilla, se expresó con total cordura y lucidez.
¿Hubiesen permitido el cardenal Cisneros o el propio Fernando el Católico y sobre todo Carlos I que Juana I hubiese seguido al cuidado de sus hijos, si hubiese estado loca? Catalina de Austria, la hija menor y póstuma de Felipe I, El Hermoso, vivió prácticamente sus primeros 25 años presa con su madre. ¿Y por qué no envenenarían a la reina ni antes ni después de declararla loca? Al principio seguramente porque estaba encinta y necesitaban príncipes para matrimonios de estado, y una vez presa, porque habría sido un escándalo. ¿Por qué no la llevaría Catalina a Portugal? Porque no le dejarían… Quizá al final se habría vuelto loca de verdad ¿Cómo no?
En 1.515, Fernando el Católico (previamente autoproclamado rey de Navarra) «transfirió» este reino a la Corona de Castilla, detentada por su desgraciada hija por razón de estado. Y es que en todas las conquistas había razones de estado, encomiendas y bendiciones papales, se aprovechaban las disensiones internas y a posteriori se arbitraban procedimientos jurídicos y propagandísticos de «incorporación a la corona».
La figura trágica de Juana I de Castilla, la mujer teóricamente más poderosa y rica de su tiempo, que ha inspirado a infinidad de poetas y escritores románticos, fue víctima de la razón de imperio. Igual y a la vez que Navarra.