«Kiseki» una incursión en el mundo de la niñez
«Me gusta pensar que lo que hago es captar reacciones»
Cineaste japonés
Donostiarra de adopción –ha presentado aquí sus últimos trabajos– el cineasta japonés Hirokazu Kore-eda se llevó de calle a la crítica en la pasada edición del Festival de Cine de Donostia con “Kiseki”, una película en la que, con niños más inteligentes que los adultos, enseña cómo es tener sueños y luchar por ellos. Para ello contó con la ayuda con el popular en Japón dúo cómico infantil Maeda-Maeda, que hacen de hermanos separados.
Jaime IGLESIAS | DONOSTIA
A sus 50 años y con ocho largometrajes a sus espaldas Hirokazu Kore-eda sigue considerándose un aprendiz de cineasta. Reacio a asumir el rol que le atribuyen en los festivales europeos, de los que es asiduo participante, donde es saludado como el sucesor natural de los grandes maestros del cine clásico japonés (con Yasujiro Ozu a la cabeza), podemos ver ahora en las salas comerciales su último trabajo: «Kiseki», un bello relato sobre la llegada a la madurez a través de la historia del sueño compartido por dos hermanos de reencontrarse tras la separación de sus padres.
A usted siempre le han considerado el depositario de las esencias expresivas de los grandes maestros del cine japonés, como Yasujiro Ozu o Kenji Mizoguchi ¿Lo siente usted también así?
Pues no, la verdad (ríe). Pero no deja de ser curioso que mientras en Europa, cuando vengo a los festivales de cine, casi siempre suelen referirse a mí en esos términos, en Japón, me ocurre justo lo contrario. Para mis compatriotas resulto un cineasta bastante alejado de la tradición.
¿Dónde reconoce sus influencias entonces?
Son muy variadas, hay muchos cineastas cuyo trabajo me atrae poderosamente y de los que, consciente o inconscientemente, he ido absorviendo cosas. Puedo hablarte, por ejemplo, de Ken Loach, con el que alguna vez me han comparado, pero también de Víctor Erice, un director que me fascina. Ahora que lo pienso, según ha comentado Erice en alguna ocasión, su cine está muy influido por el de Ozu, con lo que igual es posible que se produzca esa retroalimentación que comentas, aunque sea por cineasta interpuesto (risas).
¿Tan distante se siente entonces del legado de Ozu?
No, vamos a ver, es un director que me parece muy respetable y cuyo magisterio se ha prolongado en las siguientes generaciones de cineastas japoneses, pero su manera de rodar no me seduce especialmente y tampoco creo que pueda ser tomada como referencia hoy en día. Pertenece a una generación de directores que rodaban en estudio. Eso implica, por ejemplo, una manera de dirigir a los actores, de captar sus movimientos, su gestualidad, que a mí me resulta imposible de adoptar rodando en exteriores. Por no hablar del uso de la luz natural, que para mí es un desafío precioso: me encanta pensar como puedo aprovecharla y qué efecto tendrá sobre lo que filmo.
¿Le gusta entonces ir improvisando mientras rueda?
Me gusta dejarme sorprender y ver hasta qué punto los condicionantes que se han de afrontar durante la filmación pueden llegar a modificar mi punto de partida e incluso a enriquecer mi trabajo. A la hora de montar la película analizo mucho, por ejemplo, cómo ha sido el trabajo que he obtenido de mis actores, sus desplazamientos, su expresión, eso me hace pensar que igual el tono que tenía previsto darle a la película no sea el idóneo. En el caso de «Kiseki», toda la primera parte de la película tenía, en origen, mucho más ritmo, mientras que la parte del viaje de los críos era mucho más pausada.
Pues bien cuando fui a la sala de montaje no percibí ese contraste, así que opté por darle otro tono a la narración, más homogéneo.
Además supongo que, en este caso, el trabajar con niños le obliga a uno a ser todavía menos rígido si cabe...
Los niños son imprevisibles. No es la primera vez que trabajo con ellos y lo que procuro es adaptarme a sus peculiaridades; en este sentido, la cámara me facilita mucho su observación. A algunos les gusta ser dirigidos, esperan indicaciones, sobre todo cuando no son profesionales de la actuación, su nerviosismo aflora y se ponen en tus manos por completo. En otros casos, la mayoría, no hace falta darles muchas instrucciones, son un prodigio de espontaneidad y esa espontaneidad procuro incorporarla a la película. Con ellos me siento a veces más un docente que un cineasta, dicho sea con todo el respeto para los profesores que tienen que atender las necesidades de treinta niños en cada aula. Yo no podría: procuro que en el set no haya más de siete niños por secuencia (risas).
«Kiseki» cuenta la historia de dos hermanos alejados, producto de la separación de sus padres, que buscan propiciar un reencuentro. ¿Diría que es un relato de iniciación?
Bueno es una película sobre la llegada a la madurez. Hay un proverbio japonés que dice que «cuando uno asume que los sueños no siempre se cumplen, entonces se puede decir que ha madurado». La película habla de cómo se llega a ese momento. Creo que en ese sentido conecta con cierta sensibilidad contemporánea ligada a la pérdida de las ilusiones.
Lo del «relato de iniciación» se lo planteaba porque da la sensación de que todas sus películas en cierta medida responden a ese patrón.
(Un silencio prolongado mientras se rasca el mentón revela cierto desconcierto ante la pregunta). La verdad es que nunca me lo había planteado, se trata de una observación interesante. Me resulta complicado improvisar un análisis general de mi obra. En cualquier caso, creo que mis películas son bastante diferentes unas de otras.
Totalmente. En estilo, forma y tono son muy dispares, pero a la hora de buscar un denominador común digamos que los protagonistas de sus películas suelen ser individuos obligados a reaccionar ante un escenario totalmente nuevo e inesperado en sus vidas.
Ocurre que a mí me interesan mucho las reacciones. Ya sean ante un ambiente, ante una situación o ante otra persona, son las que definen nuestra conducta, las que revelan nuestra naturaleza y finalmente las que alimentan cualquier conflicto. Me gusta pensar que, al hacer cine, lo que hago es captar «reacciones», siempre apelando a la famosa frase de Mizoguchi quien, en cada golpe de claqueta, en lugar de gritar a sus actores «¡Acción!», les decía «¡Reacción!».
Volviendo a lo que comentábamos antes ¿qué le lleva a cambiar de registro con tanta asiduidad? Porque sorprende cómo pasa de un género a otro permaneciendo siempre fiel, eso sí, a unos estándares de representación...
No es una opción que me plantee a priori. «Kiseki» puede asumirse como un retorno al universo de «Still Walking» o «Nadie sabe» pero es cierto que, entre medias, he hecho un film de samurais como «Hana» o una película que, apelando a un universo fantástico como «Air Doll», se mueve en un registro más poético. Mi intención es irme probando en cada nueva película que ruedo. Pienso que aún estoy en una etapa de aprendizaje como cineasta. De ahí mi deseo de moverme en registros muy diversos, me gustaría aprender a hacer todo tipo de largometrajes.
Era la favorita de la crítica en la pasada edición del Festival Internacional de Cine de Donostia, pero «Kiseki», al final, tuvo que conformarse con el premio al mejor guión, frente a la Concha de Oro a la mejor película que recibió casi por sorpresa «Los pasos dobles», el experimento de Isaki Lacuesta y Miquel Barceló. Tres años atrás, también aquí, el «Still Walking» de Hirokazu Kore-eda causó gran sensación. Favorita en las apuestas, el jurado la desestimó ante la incredulidad de muchos.
Mikel Insausti, crítico de Gara, ha concedido cuatro estrellas a «Kiseki», una historia que, en sus palabras, es «una sentida y personal incursión en el tiempo de la niñez, narrada en forma de aventura vital que no cae en los tópicos del cine infantil, porque el maestro japonés trata a los menores como a cualquier otro personaje adulto. Tanto es así que los mayores tienen menos relevancia en `Kiseki', porque a la postre quienes toman las decisiones son los dos pequeños protagonistas. Al contrario de lo que ocurre con las producciones de Hollywood para todos los públicos, en `Kiseki' el sueño que piden estos niños no se cumple al final. La contrariedad no conlleva ninguna decepción, pues de lo que se trata es de adaptar los deseos íntimos a la realidad , sabiendo que sin luchar no se alcanza el objetivo planteado». Estrenada hace dos semanas, la película sigue actualmente en cartelera, en versión original, en los cines Golem Alhóndiga de Bilbo, en los Golem Yamagushi de Iruñea, y en el cine Trueba, de Donostia. A.E.