El anuncio del nuevo «plan integral de reinserción» del PP para con los prisioneros, analizado en su literalidad y en el corto plazo, podría entenderse como una nueva fuente de frustración para la sociedad vasca. Cierto es que habría que profundizar mucho en los matices y bucear en las profundidades abismales de la letra pequeña para tratar de descubrir en esta iniciativa algo que pueda dar pie a la esperanza, algo que indique que, por fin, algo o alguien se mueve en Madrid. A primera vista, cuesta mucho encontrar cambios sustanciales en esa machacona semántica de vencedores y vencidos, de arrepentimientos y perdones, de renuncias y condenas. De sumisión, en una palabra.

Sin embargo, y dicho esto, tampoco se puede negar la irrupción de una novedosa variable en el panorama del contumaz monolitismo de la derecha española: sectores reconocibles del ombliguismo reaccionario han puesto el grito en el cielo al conocer algunos de los detalles del nuevo plan del Gobierno. Puede parecer poca cosa, y acaso lo sea, que medios de comunicación como «El Mundo», elementos como Mayor Oreja y los colectivos españoles de víctimas se hayan rasgado las vestiduras. Claro está que esto no supone, en sí mismo, un avance en el camino que debe llevar al entendimiento y la paz a este pueblo. Pero sí permite percibir una grieta, pequeña aún, pero ya apreciable, provocada por la enorme presión de la sociedad vasca y su eco internacional, ante la ausencia de movimientos de Madrid en un momento crítico para el futuro de las relaciones entre Euskal Herria y los estados español y francés.

Y si al principio decía que el plan en cuestión, por sí solo, no da pie al optimismo, no es ninguna contradicción asegurar que el solo hecho de su presentación viene a demostrar que los esfuerzos de la sociedad vasca por empujar el proceso hacia una salida democrática no están siendo, ni mucho menos, baldíos. Y esa sí que es una buena noticia desde la óptica arquimediana: la apuesta por la paz dispone de un sólido punto de apoyo sobre el que seguir haciendo fuerza para que esa fisura termine por convertirse en enorme brecha hacia la resolución del conflicto.