Txisko Fernández | Periodista
¿Otro Fukushima? No más desgracias
Apenas un año después del accidente de Fukushima, provocado por el tsunami que asoló gran parte de la costa oriental de Honshu el 11 de marzo de 2011, Japón ha desconectado todas sus centrales nucleares. Y lo ha hecho pese a las serias advertencias lanzadas desde organismos internacionales como la OCDE, más preocupada por el impacto económico de esta insólita decisión que del futuro de la humanidad.
La autodenominada (que diría Iñigo Urkullu) Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico considera que Japón puede pagar caro el abandono de la energía nuclear, que hasta ahora suponía un 30% de la electricidad producida en uno de los estados más industrializados del mundo.
Con sus 54 centrales desconectadas, el país nipón afronta una nueva era en la que puede ser el mejor laboratorio de pruebas para quienes defienden que es posible mantener el Estado del bienestar desarrollando alternativas energéticas más seguras y con menos coste medioambiental. Sin duda, la decisión política adoptada por Tokio tiene sus raíces en una conciencia social mayoritaria que prefiere hacer un gran esfuerzo económico antes que vivir permanentemente con la amenaza de otra tragedia nuclear sobre sus cabezas y sobre las de las próximas generaciones.
Fukushima no ha sido el primer accidente grave ocurrido en Japón, pero puede ser el último. Y esta es una espléndida lección que hay que asumir y difundir a lo largo y ancho del mundo. Por desgracia, no siempre ocurre así. Y no me queda más remedio que asumir que, incluso, generalmente autoridades políticas y amplias capas sociales hacen caso omiso de las mismas. Como ejemplo de ello, el bombardeo de Gernika, símbolo de muchos anhelos de paz que no acaban de materializarse porque, durante los 75 años transcurridos desde que la villa foral fuera arrasada, prácticamente no ha pasado un día en el que otra población no haya sido masacrada por las armas.
El pasado 26 de abril, Gernika acogió a una representación de Nagasaki para compartir el duelo por la tragedia y la esperanza por un futuro mejor para todos.
¿Habrá más Gernikas, más Nagasakis, más Fukushimas? Si dejáramos de hacer caso a la OCDE, seguramente no. ¡Qué lección más fácil de entender!