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La verificación incomoda al Estado, alimentar la reciprocidad con el pueblo lo hará moverse

La última visita de la Comisión Internacional de Verificación a Euskal Herria ha servido para verificar bastante más que la vigencia e irreversibilidad de las decisiones de ETA de alto el fuego y de fin de la violencia. Ha retratado el comportamiento ridículo del Gobierno de Madrid, más preocupado en desacreditar y deslegitimar a los verificadores que de actuar de manera comedida y responsable, más obcecado en que ese trabajo le corresponde a la Guardia Civil y la Policía que en aprovechar los mecanismos que se le ofrecen para gestionar esa oportunidad inédita. Pero además, la visita de los verificadores internacionales ha servido para examinar el nivel de una prensa que en lugar de aportar en positivo, de ayudar a generar confianza y estabilidad, ha apostado por titular desde la hipérbole y propagar rumores para provocar ruido mediático a fin de crear una atmósfera cada vez menos oxigenada y más frustrante.

Cabe preguntarse qué pensarán los miembros de la Comisión de vuelta al trabajo para el que han recibido mandato. Qué reacciones generará en la comunidad internacional un Estado que tiene frente a sí a una organización clandestina dispuesta a desarmarse y a desmantelar sus estructuras operativas, a trabajar mano a mano en ese afán, y que se dedica a lo contrario, a sacar a pasear -en este ámbito también- a la Guardia Civil y a torpedear las iniciativas. Un equipo de trabajo preparado y con experiencia de campo como el CIV no decaerá en la frustración o el desánimo frente a ese comportamiento, pero sin duda tienen que sentirse bastante perplejo.

Red de seguridad, no garantía

Sea como fuere, a quienes están cómodos en mantener el statu quo la participación internacional en la búsqueda de una solución que transforme la política vasca en un ejercicio inclusivo y transparente les incomoda mucho. Quienes durante décadas alimentaron el monocultivo del pensamiento en una doble dirección -a saber: «la culpa de todo es ETA» o «sin ETA todo es posible»- son testigos de cómo el fin de violencia de ETA ha desmentido ese discurso. ETA ha abandonado la violencia y, como nunca antes, los candados del Estado han saltado por los aires: su modelo autonómico y su forma de jefatura hacen aguas, su economía está intervenida y sus finanzas en quiebra, su proyección exterior bajo mínimos. Pero no todo es posible sin ETA, ni ETA era la razón de todo.

Los condiciones que no se generen en este país, los activos que no puedan crearse, no van a ser generados por la comunidad internacional ni otorgados por el Gobierno del PP. Corresponde a las fuerzas comprometidas con el cambio en Euskal Herria, con la transformación del conflicto hacia parámetros radicalmente democráticos, afrontar las dificultades y las provocaciones de un Estado más desgastado que nunca y tan bruto como siempre.

La participación internacional ofrece una red de seguridad y experiencia, pero no en sí la garantía de que todo avance por el buen camino y lo haga hasta el final.

Renovar la reciprocidad

Catorce años después de la muerte administrada de «Egin», GARA hace público el estado de ese patrimonio colectivo. Esta misma semana juzgaban a ciudadanos vascos, entre ellos periodistas, en Madrid. Evidentemente, es una realidad hiriente ante la que no cabe abstraerse. Pero frente a la cual no es suficiente ni deseable una reiteración en la inercia de ciertas dinámicas, insostenibles en el medio plazo y generadoras de un comprensible desgaste. El desafío es otro.

En este sentido, cobra importancia la declaración del Colectivo de Presos Políticos Vascos en la que muestra su disposición a dar pasos, a incidir en los pronunciamientos de los últimos meses y multiplicar el impacto de sus decisiones mediante las conclusiones del debate que está desarrollando. Su aportación se presenta determinante para que el Estado no pueda romper el sentido del momento y del impulso que acompaña a los promotores del nuevo tiempo político.

Porque más allá de una noria de respuestas a los ataques en forma de juicios o recortes sociales -que no conocen descanso-, o frente a los cuellos de botella que pone el Estado -representándolos de forma que nadie pueda pasar a no ser de que se arrodille-, el reto radica en interpretar las inquietudes y alimentar la reciprocidad con una comunidad abertzale de izquierdas que va creciendo en número y exigencia, en diversidad de gente y de perspectivas. En ser una corriente continua de buenas y frescas ideas para conversar con esa comunidad, y presentarlas de manera atractiva y desafiante. Ser, en definitiva, un faro reconocible que apunte horizonte, anime a la reacción, y, además de alabar o criticar, ofrezca soluciones creativas para la consecución de una paz justa y la construcción del país.

Acertar con esa tecla y renovar la reciprocidad -no meramente partidista- con esa gran comunidad natural constituye el círculo de sostenibilidad de toda la apuesta. El eje de un trabajo expansivo que obligue a moverse a todos, para que todo se mueva en la buena dirección.

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