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Alberto Pradilla | Periodista

Síndrome de Peter Pan

Los primeros síntomas me asaltaron sospechosamente durante una comida con unos amigos a los que hacía tiempo que no veía. Sentados en la Herriko de la calle del Karmen de Iruñea, descubrí que la conversación ya no versaba sobre política, juergas y batallitas, el sano triunvirato que ha centrado nuestras tertulias durante una década. Sorpresivamente, pero también como si se tratase de la cosa más cotidiana del mundo, me descubro a mí mismo discutiendo sobre las ventajas del microcemento. No, no se trata de una nueva droga de diseño. Tras consultar en Google, averiguo que he debatido arduamente sobre «un material cementicio pigmentado, de 2 a 3 milímetros de espesor, que puede colocarse sobre cualquier superficie sin necesidad de levantar el revestimiento preexistente: ya sea este cerámica, azulejos o piedra». Me quedo pensativo. ¿Desde cuándo mis colegas se habían convertido en expertos en albañilería?

Hubo un momento en el que cuando alguien te hablaba de usted significaba que te encontrabas frente a un control de la Guardia Civil. Luego, algún mocoso te llama «señor» para que le pases el balón que se le ha escapado y tú se lo devuelves sonriendo mientras repites en tu mente los peores tormentos. A partir de ahí, el «vuesa merced» modernizado se generaliza, cargándote de años como si te aplicasen una capa de microcemento. Puede que el tratamiento cortés tenga más uso al sur del Ebro. Que también es verdad. Pero tu reacción ante la ofensa involuntaria constituye el síntoma definitivo de haber caído en el síndrome. Especialmente, cuando una dependienta a la que habías mirado con ojos apetitosos, pensando que compartías no solo espacio físico, sino también generacional, te dice a la cara: «gracias por su compra, señor». KO. Sales de ahí abatido, con Peter Pan subido a tu chepa.

No pretendo aferrarme a mi postadolescencia. Mi quinta creció viendo en la tele a supuestos estudiantes de instituto que ya peinaban canas en la vida real. Tampoco creo en eso de que la juventud es una enfermedad que se pasa con el tiempo.

Pero, claro, esto es evidencia irrefutable de padecer el síndrome de Peter Pan. Y para esa crisis de los 30 prorrogable solo he descubierto una cura: afiliarse a Nuevas Generaciones, el único grupo donde se logra pasar automáticamente del carné joven al de jubilado.

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