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Guillermo Martorell Martinón Criminólogo

«Vigilar y castigar»

Puedo ver a un juez predicador, esgrimiendo una cruz de oro, traído del Perú, gritando a los presos políticos vascos aquello de. ¡arrepentíos! Los residuos del Nacional Catolicismo siempre han estado en la judicatura

Me decía hace tiempo un buen compañero de trabajo un viejo y a la vez actual refrán: «la zorra cambia de pelo, pero no de costumbres». Así de repente, me vino a la mente la imagen del Tribunal Constitucional español.

El amparo a la doctrina Parot resucita, una vez más, a Michel Foucault y respalda con vehemencia el Paradigma de Justicia imperante en nuestros días: vigilar y castigar, esa es la mágica receta. Ya lo siento por aquellos y aquellas que se hacían ilusiones, confiando en un cambio doctrinal y actitudinal del TC en el escenario actual de Euskal Herria.

Como decía Michel, hay que aplicar los medios del buen encauzamiento de la conducta, y los poderes del Estado español se lo han tomado al pie de la letra. El Poder Judicial parece haber dado un salto hacia atrás en el tiempo y en el espacio, y en mi imaginación -que conste que no estoy bajo la ingesta de psicoactivos- puedo ver a un juez predicador, esgrimiendo una cruz de oro, traído del Perú, gritando a los presos políticos vascos aquello de: ¡arrepentíos! Los residuos del Nacional Catolicismo siempre han estado en el pensamiento colectivo de la judicatura. Visto lo visto.

Entre discursos y sentencias subyace un fenómeno denunciado hace años desde algunas corrientes de la criminología: cuando el Estado detecta conductas y pensamientos que suponen una amenaza a sus intereses las estigmatiza, para posteriormente criminalizarlas, con el objeto de transformar sus defensores en cuerpos dóciles carentes de ideas propias. Algunos, entran en ese juego. Otros, la gran mayoría aguantan el tirón, a pesar del suplicio del castigo. Como diría Foucault.

Lo anterior tiene graves consecuencias, las cuales se traducen en la existencia de un cuerpo de condenados, con y sin sentencia judicial, en Euskal Herria. El Estado parece buscar el suplicio de los presos y de sus familias, condenando a estas últimas a deambular por el asfalto de la prepotencia y de la soberbia. El Poder Judicial ha creado penas accesorias invisibles en el papel de oficio, pero visibles en las carreteras que conducen a los distintos caminos de la dispersión, y latentes en economías familiares de nuestros presos y exiliados. Esto forma parte del arte de castigar, alimentando los nutrientes ideológicos de un estado victimario con domicilio social en Madrid, reforzando a su vez los egos de los distintos poderes que lo sustentan. Su «altura de miras» a los nuevos tiempos, se articula en este tipo de respuestas.

Decía Goethe que lo contranatural formaba parte de la naturaleza. Lo antijurídico parece formar parte de la doctrina del TC. En teoría, solo en teoría, sus resoluciones y sentencias deben estar orientadas por elementos objetivos de análisis, derivados de las llamadas ciencias jurídicas, pero a estas alturas de la película no debemos de olvidar que la ciencia es una estructura al servicio del poder, y que la independencia judicial es como la mujer de Colombo: siempre se habla de ella, pero a día de hoy no conozco a nadie que la haya visto.

En consonancia con todo lo expuesto me ha venido al recuerdo mi primer encuentro con Pepe Rei. Este me dijo: en Euskal Herria nada es casualidad. No es casualidad que el Poder Legislativo creara en su momento una Ley de Partidos que algunos han olvidado. No es casualidad que el Poder Ejecutivo aplique la dispersión como instrumento de castigo generalizado contra aquellos a los que no ha podido ni incriminar, ni encarcelar. Y no es mucho menos casualidad, que el Poder Judicial ampare medidas propias de regímenes totalitarios. Al final todos los discursos del Estado español, conducen a sus distintos poderes, y ya lo dijo Michel: la genealogía del poder es gris.

Eterno Foucault.

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