CRíTICA: «Un amour de jeunesse»
Volver a los 17 con Mercedes Sosa y Mia Hansen-Love
Mikel INSAUSTI
El cine de inspiración autobiográfica, cuando es sincero, requiere un sentido de la autoría completamente transparente y desprejuiciado. Mia Hansen-Love es una jovencísima cineasta que posee ese don de la naturalidad expresiva para abrirse a los demás; en canal, si es necesario. Tampoco tiene problemas para implicar a otras personas de su entorno próximo, incluso a su propio compañero sentimental y mentor cinematográfico Olivier Assayas. A él se refirió muy directamente en «El padre de mis hijos», sin ocultar las diferencias generacionales entre ambos, para así dar continuidad a su ópera prima «Todo está perdonado», donde la figura paterna era evocada entre interrogantes de mujer. Y ahora cierra su trilogía sobre la educación sentimental con «Un amour de jeunesse», donde ya la autora no solo contempla al hombre maduro como materia de aprendizaje, sino también a la propia experiencia romántica representada por el primer amor.
«Un amour de jeunesse» es una película que transita entre la fluidez narrativa de Renoir y el naturalismo de Rohmer para enmarcar las relaciones entre los personajes. Al mismo tiempo, nos recuerda la conexión que siempre existió entre la literatura romántica del XIX y la nouvelle vague al tratar el tema del amor fou. Mia Hansen-Love domina el lenguaje de los gestos, de las acciones ligadas a un tiempo y a un lugar concretos. La ubicación espacio-temporal evoluciona de las escenas campestres y primaverales de juventud a las frías localizaciones urbanas de la madurez. Sin embargo, la chica y el chico de la película no envejecen, conservando el mismo aspecto con el paso de los años, seguramente para simbolizar la fuerza de aquel recuerdo apasionado, resistente incluso al pragmatismo del posterior emparejamiento con otra persona más mayor y estable.
Mia Hansen-Love no podía haber elegido mejor motivo musical para su romance juvenil que la canción de Mercedes Sosa «Volver a los 17». La jugada le sale tan bien como a Nanni Moretti en «Habemus Papam» con la canción «Todo cambia». La letra resume a la perfección el sentimiento de la cineasta y su alter ego.