CRíTICA: «Un lugar donde quedarse»
Carretera asfaltada en una única dirección al pasado
Mikel INSAUSTI
El cine del genial Paolo Sorrentino parte de sus personajes, que suelen tener rasgos excepcionales y contagian con su manera de ser al contexto en que se mueven. Lo que les rodea proviene del universo de otros cineastas que en el mundo han sido, y Sorrentino invocaba a Antonioni en «Las consecuencias del amor», lo mismo que a Fellini en «Il divo». Por esa regla de tres en «This Must Be the Place», que es una road movie, el horizonte contemplado desde el asfalto está tomado de las películas estadounidenses de Wim Wenders que tienen a «Paris-Texas» como modelo esencial. Pero lo que cambia es el punto de vista sorrentiniano, trasladado a un viajero como no ha habido otro en toda la historia del género rodante.
Tan incomparable ser es otra de las creaciones monstruosas del cineasta napolitano, quien transforma a Sean Penn en una fantasmagórica estrella del rock hecha a imagen y semejanza del Robert Smith de los Cure. La caricatura es un dolor, ya que el camaleónico actor camina como los presos encadenados de otros tiempos que arrastraban el peso de una bola de hierro. La condena en vida se materializa en la esclavitud permanente de su look ochentero, habiéndose de maquillar y cardar el pelo cada mañana para seguir siendo fiel a la estética gótica que le diera fama. Aislado del exterior en su castillo irlandés, sus únicas salidas son al centro comercial, donde pasa desapercibido entre los anónimos consumidores, hasta que los integrantes de una joven banda actual reconocen al viejo ídolo retirado. Es así como el excéntrico artista, que juega a la pelota a mano en las paredes de su piscina vacía, inicia una huida hacia un pasado más remoto que el suyo propio. Heredará de su padre recién fallecido la búsqueda de un criminal nazi en la Norteamérica profunda, descrita por Sorrentino como la paradoja espacio-temporal perfecta para un alma perdida. El título original, tomado de la canción de David Byrne para Talking Heads, guía una dramaturgia improvisada sobre la marcha, que sirve al napolitano de base experimental sobre la cual desarrollar la deriva narrativa.