ANÁLISIS | Presento y futuro del 15M
En busca de puentes para pasar de la indignación a la acción
Esperar recetas mágicas en un año de movimiento es tan ingenuo como algunos de los planteamientos de ciertos sectores del 15M. Los «indignados» no llenaron Plaça de Catalunya. Sin embargo, han visibilizado una nueva dialéctica política y apuntan a modelos de protesta como la cacerolada frente a la Caixa.
Beñat ZALDUA | BARCELONA
Situémonos. Hace poco más de un año, antes del 15 de mayo de 2011, todos nos dábamos de bruces contra la pared pensando cómo era posible que, estando las cosas como estaban en el Estado español, las elecciones municipales trajesen consigo una marea azul sin que nadie reaccionase. Y entonces ocurrió. Las plazas de varias ciudades del Estado, con Madrid en primer lugar y Barcelona a la carrera, se llenaron de miles de personas al grito de «no somos mercadería en manos de banqueros y políticos». No valorar positivamente esta catarsis colectiva sería pecar de ignorante. Esperar que el 15M enmendase en un año los errores de casi 40 años de transición sería, como poco, ingenuo.
Pero, precisamente, la ingenuidad es, fuera del núcleo pensante del 15M, una de las características principales del movimiento. El periodista Guillem Martínez, de quien se toman prestadas varias reflexiones en este artículo, fue capaz de condensarlo en 140 caracteres: «Ambiente de cuando no tenías edad para follar y salías a follar. Todo es belleza y grandes expectativas». Y con estas expectativas, los indignados se dispusieron a volver a las plazas durante tres días, con motivo del primer aniversario del movimiento.
Sabido es, sin embargo, que las segundas partes nunca fueron buenas. Salvando algún momento puntual, Plaça Catalunya no fue, ni por asomo, lo mismo que durante el año pasado. Esto no significa que el 15M haya perdido poder de convocatoria. El 12 de marzo, el centro de Barcelona quedó colapsado por la manifestación de los «indignados«. Pero es un toque de atención que obliga a buscar nuevas estrategias de acción y organización. Por eso, dejemos las valoraciones cuantitativas para Marhuenda.
Durante el año, el 15M ha ido afinando el discurso y convirtiéndose en paraguas de luchas hasta entonces aisladas, extendiéndose por los barrios y recuperando lazos en una sociedad tremendamente atomizada. Esto, junto a la evidencia de los hechos, ha permitido poner encima de la mesa la lucha contra los desahucios, la campaña a favor del cierre de los Centros de Internamiento de Extranjeros o el tremendo fraude de las participaciones preferentes, por poner algunos ejemplos.
Y yendo un poco más allá de la lucha terrenal, el 15M ha plantado también batalla frente a la hegemonía cultural que se arrogaba hasta ahora la verdad de las palabras. Busquen la palabra democracia en el diccionario de la neolengua del Partido Popular y verán que no aparece. El concepto de democracia, tan manido a la hora de justificar atrocidades pasadas -como bien lo sabemos en Euskal Herria-, ha desaparecido del manual de argumentos del político de turno. Aunque todavía no se sepa demasiado bien cómo ejercerlo, es un concepto recuperado para la ciudadanía. En lucha están también conceptos como la violencia y la representatividad, en los que el 15M ha funcionado como espejo frente al acusador.
Un ejemplo: acusaron a los «indignados» de violentos por intentar bloquear el Parlament de Catalunya el mismo día en que se aprobaban los presupuestos de los recortes, dejando en el aire la pregunta: ¿Quién es el violento? ¿quien insulta a un parlamentario o quien mutila la Sanidad y la Educación? ¿Aquel que escupe a un diputado o el responsable de rescatar a los bancos que dejan a familias enteras sin vivienda?
Por todo esto, decir que el 15M ha fracasado por celebrar un aniversario algo descafeinado es lo mismo que decir que el Athletic ha realizado una mala temporada por no ser capaz de hacer un partido digno en la final de la Europa League.
Sin embargo, también llega un momento en el que hay que ganar partidos.
Para ello, los indignados tendrán que hacer efectivo el lema que ha corrido estos días por Barcelona de «pasar de la indignación a la acción» y hacerlo de forma en que la cebolla de la que habla Alberto Pradilla no se desmonte del todo. No es tarea fácil.
La protesta que el 15M de Barcelona lleva a cabo desde la noche del martes frente a la sede central de CaixaBank -propietaria, no se olvide, de Caja Navarra- supone un paso en el camino a seguir. La fotografía de la todopoderosa entidad bancaria protegida por más de 50 furgones de los Mossos d'Esquadra habla por sí sola, igual que las llamadas de La Caixa a rotativas y televisiones presionando para que no informen de las caceroladas realizadas ante su sede -el banco ya ha retirado la publicidad de la revista crítica «Cafe amb llet»-. No hay mejor indicio que la molestia del contrincante.
Así las cosas, el resultado global sigue siendo de derrota por goleada, pero ante la que se avecina, queda juego de sobra para empezar a remontar.