Decenas de soldados yemeníes morían ayer en un ataque suicida perpetrado por un uniformado mientras ensayaban un desfile militar. El atentado, que además provocó más de 200 heridos, se produce en un contexto inflamable: una escalada de operaciones militares encubiertas de EEUU, que sigue bombardeando con drones el sur del país y ha desplazado a más de un millar de miembros de fuerzas especiales sobre el terreno; una frágil «transición» política, tutelada por los saudíes, que sustituyó a Saleh por su vicepresidente, Abed Rabo Mansur Hadi; enfrentamientos soterrados entre los fieles al antiguo autócrata, los opositores y grupos tribales variados; movimientos independentistas al norte y al sur del país, y todo ello en medio de una profunda crisis económica y pobreza social, con casi la mitad del país sin acceso a una alimentación segura. A todo ello hay que sumar a Al-Qaeda, cuya rama yemení parece ser el afiliado más activo de la red global y, al parecer, es la autora material del atentado en respuesta a la ofensiva por tierra y aire contra sus bases del sur.

Yemen -su montañoso sur- es el escenario de guerra que EEUU está priorizando. Una especie de «nuevo Waziristán» en la península arábiga. Pero ¿a qué precio? ¿Con qué consecuencias? Las lecciones de Irak y Afganistán demuestran que así el riesgo de crear más enemigos que los que se pretende «eliminar» aumenta irremediablemente.