César Manzanos Bilbao Doctor en Sociología
Combatir el paro a cañonazos
En gran medida no solo se potencia el consumo doméstico, sino en general el consumo compulsivo de todo tipo de productos adictivos, con el fin de mantener sedada, despistada, intoxicada y dependiente a la poblaciónTal y como ha ocurrido a lo largo de la historia, situaciones de crisis inducida como la actual provocan altas tasas de desempleo, sobre todo, como es nuestro caso, cuando el desmantelamiento del tejido productivo imposibilita crearlo. Entonces se recurre a neutralizar sus efectos, a tratar de contenerlo mediante la reducción de la población productiva excedentaria.
Para ello el poder económico aplica diversas estrategias, auspiciadas y subsidiadas por sus estados. Por un lado, hacia las poblaciones emergentes y migrantes. Consisten en frenar la llegada de migrantes endureciendo las políticas de seguridad y los discursos institucionales racistas, en forzar la expulsión de la población que fue utilizada como mano de obra temporal y ahora sobra, en neutralizar a quienes no pueden ser expulsados vía migración o retorno a través de recortes y/o supresión de las políticas de protección social. Por otro lado, hacia la población general precarizada, con severas políticas anticrediticias y antinatalistas selectivas e indirectas, sin olvidar el recurso a frenar el incremento de su esperanza de vida a través de la gestión interesada de las causas de muertes prematuras debidas a la desregulación e incentivación del abuso y mal uso de alimentos, alcohol, tabaco, televisión, etcétera.
Además, en esta lógica, otra estrategia para tratar de neutralizar los efectos aparentes de desorden y evitar el conflicto social manifiesto que puede provocar la desocupación y la pérdida de expectativas de integración de una parte importante de la población es el recurso a dispositivos de control ideológico a incentivar. Entre ellos, la potenciación de un ocio masivo que tenga entretenida a la población, incrementando la reclusión domiciliaria mediante el consumo televisivo de espectáculos deportivos, sobre todo fútbol, concursos con premios en metálico, reality shows, etcétera, todo ello aderezado con el consumo copioso de comida, alcohol y tabaco en las condiciones del sedentarismo propio de la cultura del sofá frente a la pantalla.
No olvidemos que a día de hoy el consumo medio de televisión, en aumento, es de casi cuatro horas diarias por habitante. A esto tendríamos que añadirle el tiempo hablando de lo que se ve en la televisión y demás pantallas que convierten el estar real en un no estar virtual y manipulado.
Pero en gran medida no solo se potencia el consumo doméstico, sino en general el consumo compulsivo de todo tipo de productos adictivos, con el fin de mantener sedada, despistada, intoxicada y dependiente a la población, especialmente a quienes pueden alterar el orden social por encontrarse excluidos del acceso a bienes y servicios y al efectivo ejercicio de sus derechos y libertades; en definitiva, hacia quienes ya no tienen nada que perder por haberse truncado sus posibilidades de incorporación social, hacia la juventud y especialmente hacia las mujeres jóvenes que, no lo olvidemos, registran un desempleo desorbitante. Ellas tienen un protagonismo cada vez mayor por ser precisamente la encarnación social de la perfecta simbiosis del clasismo, racismo y sexismo imperantes en nuestra sociedad, que asesina combatiendo el paro y la pobreza a cañonazos.