E l verdadero cine de terror se encuentra en el género documental, que muestra realidades mucho más amenazadoras que cualquier ficción. Los documentalistas austriacos han encontrado su propio medio de expresión, haciendo de la degradación medioambiental un campo de estudio inagotable sobre los peligros que acechan al planeta. «Megacities», «La pesadilla de Darwin», «Nosotros alimentamos el mundo» y «Nuestro pan de cada día» precedieron a «Plastic Planet», que también pertenece a la misma hornada, ya que el autor ha dedicado diez años de su vida a prepararlo y desarrollarlo.

Como buen centroeuropeo, Werner Boote ha convertido su obsesión en materia de investigación científica. En «Plastic Planet» presenta el tema como algo personal, ya que su abuelo fue un pionero de la industria del plástico en Austria, en la que también siguió su padre. El hecho de que con el nieto se haya roto la cadena puede ser un motivo de esperanza, aunque lo que plantea el documental no deja mucho lugar para el optimismo. La propia experiencia le sirve para resumir algo más de un siglo de convivencia con este derivado del petróleo. Por eso la idea central que transmite la película es la de que el plástico forma parte de nuestras vidas y se ha instalado en nuestros hogares de forma permanente. La imagen del bebé que se lleva a la boca su chupete de plástico, al que seguirán otros juguetes de igual o similar procedencia resulta palmaria al respecto. No menos ilustrativa es la de la familia que saca del interior de su casa todos los objetos de plástico al jardín, viéndose enterrada bajo una montaña de colores chillones que confieren a la escena un aire aparentemente inofensivo de fiesta infantil.

Pero no conviene instalarse en la ignorancia propiciada por tan poderoso sector, porque al consumidor se le informa del contenido del producto alimenticio, mientras que no se le dice nada de la composición del envase, que suele llevar aditivos y toxinas perjudiciales para la salud, entre las que se encuentra el bisfenol.