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Amparo LASHERAS | Periodista

Revolucion, ¿un trabajo fácil?

La Habana es una ciudad más sonora que ruidosa. Los ruidos revolucionarios no tienen ritmo, pero existen, se propagan con el alboroto irregular de una ciudad a la que se le niega el pan y la sal y, a pesar de los pesares, vive y funciona. A La Habana se llega marcando el paso de las costumbres pequeñoburguesas que nos dominan, inmersas en nuestros modos modos de vida, necesidades y prejuicios. Por eso, al mirarla, compartirla, disfrutarla y comprenderla, se desbarata la perfección ideológica de una revolución que no hicimos, que no hemos vivido, sufrido y construido. Tal vez la Cuba que mira al turismo inquieta y hasta duele, por su vulnerabilidad ante la sedución colorista del capital. La otra Habana, la vieja, la que sobrevive, la del pueblo, la que convierte la vida diaria en una aventura desafiante de trabajo, esfuerzo, solidaridad y deseos de vivir, esa que cautiva y enseña. Es como un discurso dirigido a nadie y a todos, escrito en tinta invisible y sin atrezo electoralista, que recupera los valores necesarios para mantener los principios con los que se ganan las revoluciones. Al pasear por La Habana los recuerdos miran atrás, a los tiempos en los que se poseía poco y mucha imaginación para materializar ese poco. Se tiene la sensación de llegar de otro mundo más ordenado, pero demasiado callado y con pocas sonrisas. En La Habana Vieja he sentido, en eso que llaman utopía, un poso lento de amargura revolucionaria. Junto a la Plaza de Armas, mirando los libros editados en la epoca del Che, me acordé de la respuesta del escritor John Reed a las críticas de la anarquista Emma Goldman a la revolución rusa: ¿Quién dijo o pensó que la revolución iba a ser un trabajo fácil?

 
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