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Fermin Munarriz | Periodista

Cárdenas y Manning

El otro día vi el documental «La maleta mexicana», de Trisha Ziff, sobre las cajas de negativos que los fotógrafos Capa, Taro y Seymour tomaron en la guerra del 36 y que, por circunstancias, acabaron en el olvido en el país centroamericano. Se trata de una excelente película, entre otras razones, porque presenta los sucesos y los personajes en su contexto histórico, político y cultural, que es lo realmente importante para comprenderlos. La cinta es, además, una lúcida reflexión sobre el derecho de las víctimas de una guerra al conocimiento y la verdad de su propia historia. Una historia que, como bien apunta uno de los entrevistados, para nosotros es todavía biografía, pues nuestros abuelos o padres la vivieron en persona.

Y si el conocimiento es un derecho, el reconocimiento tendría que ser un deber. La película -y sus testigos- dedican una atención especial a Lázaro Cárdenas, entonces presidente de México, apreciado por sus paisanos por la reforma agraria, la nacionalización de los recursos y por dar refugio a quienes huían desesperados de la guerra y del fascismo, entre ellos, miles de vascos, cuando los países europeos les cerraban las puertas o los recluían como animales en campos de concentración en nombre de la hipócrita neutralidad.

Esta semana se ha cumplido otro aniversario inolvidable. Hace 75 años partió desde Santurtzi hacia Inglaterra el barco Habana con el primer contingente de «niños de la guerra», vascos evacuados ante el avance de las tropas franquistas sobre Bizkaia, en plena conmoción mundial por la matanza de civiles de la aviación alemana en Gernika. Y también aquella iniciativa tuvo un nombre propio: la militante izquierdista británica Leah Manning, que tuvo que enfrentarse a su gobierno para superar la indiferencia y desatención ante el horror que se vivía en el país de los vascos.

Cárdenas o Manning son solo dos de los nombres de quienes salvaron miles de vidas y acogieron o rescataron de la angustia a muchos de nuestros mayores, incluso en tiempos más recientes. Son también parte de nosotros. Por ello me duele que no mostremos referencia en las calles, plazas, jardines o monumentos de nuestro país a la memoria de quienes nos dieron su generosidad y solidaridad cuando más lo necesitábamos. Incluso en las ikastolas. ¿Acaso no son ejemplo de educación para la ciudadanía?

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