El Congreso sobre Memoria y Convivencia clausurado ayer se ha convertido, ante la ausencia de iniciativas de mayor calado, en el emblema elegido por el Ejecutivo López en su afán por presumir del liderazgo que no ha tenido en el ámbito de la pacificación y la reconciliación de la sociedad vasca en sus tres años de existencia. Organizado por el consejero de Interior, Rodolfo Ares, el evento se ha convertido así en un desesperado intento por recuperar el tiempo perdido y ofrecer un mensaje diferente del que el Ejecutivo del pacto PSE-PP ha difundido. El mero hecho de la organización de un foro de reflexión sobre conceptos como convivencia y memoria es un dato positivo en una sociedad necesitada de ámbitos de diálogo y análisis plural y no excluyente. Sea, pues, bienvenido cualquier intento que pretenda erigir el diálogo y el encuentro entre diferentes como fundamento del nuevo tiempo que la sociedad vasca quiere transitar. Pero seguramente esta iniciativa hubiera podido dar mucho más de sí, si sus organizadores no hubiesen actuado desde el prejuicio y no hubiesen excluido de la misma a voces, personas y organizaciones que habrían podido aportar otros puntos de vista. Conviene destacar, por ello, el compromiso de quienes pese a ser conscientes de las limitaciones del foro, han aparcado sus prejuicios y se han prestado a aportar su reflexión y experiencia, enriqueciendo un diálogo que en su diseño dejaba patente el sectarismo que ha caracterizado a los gestores del Gobierno vasco. Ares, quien ha dedicado todos los minutos de la semana a este evento, ha mostrado su auténtico talante en su organización. Ha planificado hasta el último detalle pero no ha sabido apreciar las aportaciones de quienes debían haber sido sus colaboradores más cercanos y ha impuesto su criterio. (...)