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Iker Casanova Alonso | Escritor

Próxima estación: Ajuria Enea

El PP abandona el barco y parece ser que el periodo de usurpación del Gobierno vascongado por parte de Patxi López toca a su fin. Tanto si se decide a prolongar su agonía, arrastrándose hasta mayo del año próximo en un inútil intento de aferrarse a un poder que sabe que nunca va a poder obtener en condiciones democráticas, como si se aviene a razones y decide adelantar al otoño la cita electoral, los días de López como lehendakari están contados y además, como dice la cita bíblica, hallados faltos de peso.

En este contexto es revelador de la ausencia de oferta política por parte del Estado el hecho de que el primer movimiento electoral del PP haya sido poner en marcha una campaña para tratar de organizar un fraude electoral masivo basado en la falsificación del censo. El miedo se ha instalado en las altas instancias del Estado ante la inminencia del relevo en Ajuria Enea. Y este temor no es gratuito, vistas las encuestas que se han hecho públicas hasta el momento. Todas ellas coinciden en señalar el desplome del españolismo y una dura lucha por el primer puesto entre la renovada izquierda abertzale y el PNV, con cierta ventaja para los jelkides. Una de las pocas cosas en las que Patxi López tenía razón al afirmar que su etapa de gobierno iba a auspiciar un profundo cambio político en Euskal Herria.

El PNV sabe que tiene ante sí un reto complicado. Consciente de que atrás quedan los tiempos en los que su victoria estaba asegurada fuera quien fuera su candidato, han tenido que echar mano del propio Urkullu, su principal valor político, al menos a nivel mediático y autoexcluido del proceso Ibarretxe. La decisión sin precedentes de presentar como cabeza de lista al presidente del EBB demuestra que saben que han de darlo todo para ganar y es de suponer que igualmente realizarán el máximo esfuerzo económico y mediático e incluso tratarán de agitar fantasmas para atraerse a un electorado conservador presentándose como el único freno posible ante la izquierda abertzale.

El PSOE solo trata de ganar tiempo, el PP intenta hacer trampas y el PNV se apresta a la batalla con todas sus armas. ¿Qué actitud debería adoptar la izquierda abertzale ante estas elecciones trascendentales? Aunque aun no se ha tomado la decisión pertinente, trataré de aportar al debate mi reflexión sobre esta cuestión. Si en el pasado la izquierda abertzale ha caracterizado las convocatorias electorales autonómicas como espacios de demostración de fuerza cuantitativa y de soporte a una estrategia global en la cual el ámbito institucional ocupaba una posición secundaria, en estos momentos, al hilo de la redefinición estratégica que ha alumbrado el nuevo ciclo político, podemos acudir por primera vez a unas elecciones de esta naturaleza con un nuevo objetivo: ser primera fuerza en la CAV y poder liderar el Gobierno vascongado.

Incluso si las elecciones se celebraran el año próximo, no es precipitado, más bien es urgente, comenzar a planificarlas desde ya, porque el reto al que nos enfrentamos en estos comicios es inédito. Debemos esforzarnos al máximo en ser brillantes en los tres aspectos fundamentales de una campaña: el diseño comunicativo, el programa y las listas de candidatos. Esta va a ser la campaña electoral, entendida la campaña como el periodo en el que los partidos tratan de forma explícita de captar el voto ciudadano, más importante de la historia para izquierda abertzale, porque ahora más gente que nunca nos va a contemplar sin prejuicios y a juzgar exclusivamente en base a nuestra oferta política.

Para muchos puede resultar contradictorio dar tanta importancia a una convocatoria electoral para un parlamento que hasta ahora hemos considerado antidemocrático al estar basado en la Constitución española y el Estatuto de autonomía, y más chocante aun plantearse la posibilidad de participar en el Gobierno vascongado, una institución que genera un rechazo instintivo en la base social abertzale. La clave de este cambio de actitud está, como mencionaba anteriormente, en el cambio de ciclo político. La opción autonómica ha fracasado como intento de asimilación de Euskal Herria. Ya ningún abertzale puede defender que la vía estatutaria satisface las necesidades de autogobierno de nuestro pueblo. Por eso podemos perder el miedo a la capacidad legitimadora del marco de una participación institucional activa en el mismo. El contenido de esa participación se encargará de demostrar que nuestro objetivo no es la gestión del marco actual, sino la transición hacia uno nuevo.

No es lo mismo gestionar las instituciones autonómicas con el objetivo de que los vascos nos sintamos cómodos en España, tal y como formuló el PNV en los años 80, que utilizar las estructuras estatutarias para promover su liquidación ordenada y democrática y su sustitución por un marco emanado de la libre voluntad de la ciudadanía. Cualquier escenario de participación de la izquierda abertzale en un Gobierno vascongado ha de partir de la concepción de ese Gobierno como un agente activo en un proceso de transición democrática en Euskal Herria. Eso supone un claro posicionamiento de ese hipotético ejecutivo a favor del cierre integral y justo del ciclo de confrontación armada y una apuesta decidida por la instauración de un nuevo marco jurídico político. Además la izquierda abertzale no puede renunciar al núcleo de su ideología social, debiendo garantizar la extensión de los derechos socioeconómicos y el fin de la política desarrollista y neoliberal.

Por eso los pactos postelectorales son el asunto más espinoso. Es obvio que, aun en el caso de ganar, la hipotética mayoría de la izquierda abertzale sería muy ajustada e insuficiente para gobernar en solitario haciendo frente a una política de bloqueo del resto de fuerzas. También puede ganar el PNV. Está claro que en ese caso el plan A de Urkullu es ofrecer un acuerdo de coalición al PSE, oferta que también podría plantear para desbancar del gobierno a una izquierda abertzale ganadora. Quizás en esa situación lo más inteligente sería que la izquierda abertzale ofreciera al PNV un pacto de gobierno que en términos abertzales y democráticos fuera muy difícil de rechazar para bloquear la maniobra del aparato de Sabin Etxea o, al menos, dejarla en evidencia ante la sociedad vasca.

En todo caso, creo que la izquierda abertzale debería resaltar durante su campaña qué es lo que quiere hacer, sin especificar antes de conocer los resultados con quién pretende hacerlo y sin cerrarse ninguna puerta. Eso sí, sería muy positivo que la izquierda abertzale se comprometiera a realizar tras los comicios una serie de consultas relámpago con las bases, a través de asambleas abiertas a todos los votantes, para definir la política de pactos postelectorales de forma democrática y participativa.

Habitualmente muy pocos de los que se presentan a unas elecciones pueden aspirar de forma realista a ganarlas, generalmente es cosa de dos. El trabajo histórico de la izquierda abertzale ha permitido que en las próximas elecciones autonómicas uno de esos dos seamos nosotros. La opción de entrar en el Gobierno vasco puede considerarse como el logro más espectacular en juego en estas elecciones, pero no es la única carta a la que jugar. Puede darse el caso de que no ganemos, no encontremos los apoyos necesarios para gobernar o la base social decida que no se dan las condiciones para asumir esa tarea. No pasaría nada. Nunca hay que jugar a pequeña, pero está claro que cualquier escenario que pase por incrementar el número de votos supondría un importante respaldo al proceso de paz y al cambio social y político en Euskal Herria. Aspiramos a todo, pero no vamos a hipotecar nuestra alma por unas poltronas. Tampoco podemos renunciar a usar instrumentos válidos en la liberación nacional y social por planteamientos obsoletos ni por prejuicios propios de otra época.

La nueva izquierda abertzale está llamada a ser a corto plazo la primera fuerza política de este país, porque Euskal Herria es mayoritariamente de izquierdas y mayoritariamente abertzale. Esto no significa que este logro vaya a conseguirse sin esfuerzo. Conseguir ensanchar nuestra base social siendo fieles a nuestra identidad y nuestra historia y manteniendo una relación preferencial con los movimientos sociales, al tiempo que garantizamos la democracia interna y seguimos siendo la demostración empírica de que otra forma de hacer política es posible, son las claves de ese reto. Todo ello no con el objetivo de hacer del poder un fin en sí mismo, sino para tener un mejor instrumento organizativo a favor de la independencia y el socialismo.

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