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Gabirel Ezkurdia Arteaga Politólogo y analista internacional

En esencia: excedentes humanos

Hace unos días, el exsubgobernador del Banco de España ahora prominente cuadro del FMI, José Vinals, en concreto consejero financiero y director de Asuntos Monetarios y Mercados de Capitales, decía que «vivir es bueno, pero supone un riesgo financiero importante». Habla del «riesgo de que la gente viva más de lo esperado». Eufemismos y esencias de pensamiento que nos retrotraen a la terrible década de los 30 en Alemania, reafirmando que capitalismo y humanidad son antónimos evidentes.

Y es que, a falta de una buena guerra, qué mejor que ir preparando a «la sociedad» para la eliminación de los excedentes. Vivimos demasiado, la esperanza de vida de los blancos del norte es excesiva para tiempos de crisis, crisis entendida como déficit de «crecimiento» o reducción de beneficios. Los «subhumanos» del sur y del este, prescindibles por millones como hasta ahora, procrean como posesos, son «competencia». Sobra gente. Números, estadísticas, solo que de personas «obsoletas», de humanos no productivos que «viven demasiado». Gasto, coste, estorbo. Parados, jubilados, fracasados sociales...

En los 30 del siglo pasado, tras la decadente experiencia de la República de Weimar, la también crisis del 29 y ante el peligro revolucionario, el Capital articuló mediante el nazismo una experiencia por la que hegemonizaba desde la fuerza totalitaria el orden y el crecimiento económico. La impunidad fue tal que llegó a gestionar la fuerza de trabajo desde la militarización de la clase trabajadora hasta la esclavitud genocida extrema de los campos de concentración siempre en aras de crecer y enriquecerse al menor coste.

Alemania es Europa si gana. Fueron buenos tiempos y semilla del actual poder económico alemán. En 1933, cuando Hitler pacta con el Capital su acceso a la Cancillería , el nazismo no tenía planificado qué iba a ser de los excedentes. De opositores, comunistas y judíos, enemigos declarados y chivos expiatorios de la sufrida decadencia previa.

En ese sentido hay un dato poco conocido. La «Solución Final» como tal no se decide definitivamente hasta 1942 en la Conferencia de Wansee, donde se articulan y coordinan los servicios generales del estado para tal fin. En 1933 nadie preveía que se pudiera exterminar a decenas de miles de personas y mucho menos que en función de una guerra mundial inconcebible entonces se exterminase de modo sistemático en un primer momento y luego de forma industrial a decenas de millones de ciudadanos soviéticos, comunistas, judíos, gitanos y opositores europeos: los «excedentes».

En 1933 los nazis empezaron por una reforma laboral y política que disolvía toda organización de los trabajadores, anulaba sus pocos derechos y restringía su función a la meramente productiva. Ilegalizaciones y represión implacable contra las protestas. Leyes restrictivas para los judíos. Poco a poco la esencial impunidad de la hegemonía nazi fue gestando la eliminación de las cargas sociales. A finales de los 30, mediante el programa Eutanasia T4 fueron gaseados discretamente cientos de miles de enfermos mentales alemanes. Fue el piloto para lo que luego sería a partir del 42 la Operación Reinhard en Treblinka, Sobibor, Belzec, Chelm y Auschtwich, el exterminio industrializado de judíos europeos, soviéticos y demás «excedentes».

Con estas líneas no sugiero para nada que estemos en puertas de algo parecido, ya que la lobotomización ideológica masiva del «bienestar» ha hecho de Occidente el campo de concentración de lujo más efectivo, pero me alarma la terminología eufemística de los tiburones del Capital, porque parten de la misma catadura ética e ideológica, de la misma esencia inhumana que usaban los nazis en 1933, cuando aún no sabían si sus «excedentes obsoletos», los judíos, serían obligados a emigrar a Occidente, conducidos al Este a trabajar como esclavos, deportados a Madagascar o en último remedio exterminados, ya que la «Solución Final» fue una improvisación al albur de los acontecimientos.

Desde que en los 90, tras la implosión controlada de la URSS, los neocon regeneraron el discurso neoliberal norteamericano en la lógica ofensiva de finiquitar la experiencia del estado del bienestar socialdemócrata, la involución contra este ha sido constante. El modelo de «capitalismo de rostro humano» europeo fue articulado por fases en Europa tras la II Guerra Mundial como alternativa viable al modelo socialista soviético. La derecha democristiana europea fue la necesaria pata para «ordenar» desde la «alternancia democrática» el modelo socialdemócrata, pero quedó obsoleta, sobre todo por su corrupta podredumbre, tras el fin de la Guerra Fría. Así se refundó igual de conservadora, pero neoliberalizando su discurso, olvidando la «doctrina social», activándose cada vez más permeable a las exigencias del capitalismo radical y haciendo suyas las extremas posiciones neoconservadoras norteamericanas que basan en la destrucción del modelo de «rostro humano» la recuperación de una posición hegemónica del Capital en la organización de la fuerza laboral y por ende en el incremento de beneficios y la verticalización de la sociedad. China y demás «crecientes» aprietan.

Así, los paralelismos con la Europa de los 30 son cada vez mayores. La socialdemocracia una vez más, como en Weimar, se ha plegado al golpe involutivo del Capital, a esta suerte de implosión controlada que llaman crisis pero que no es más que saqueo social y reorganización política en base a la dictadura del Capital que llaman «mercados», y así, fiel a su esencia contrarrevolucionaria, se presta junto a la derecha a esa suerte de partido único de doble faz, por eso de dar imagen de alternante pluralidad y democracia, por gestionar en Europa los llamados recortes y austeridad que no son otra cosa que saqueo social y finiquito del modelo socialdemócrata-democristiano.

Hoy ningún experto puede explicar cuáles son las «leyes» que rigen la «evolución» de los mercados, sencillamente porque no existen. Nadie sabe ni puede predecir nada, excepto los «hacedores» de la nueva economía política especulativa. Sí, porque la especulación y la valorización virtual que rige los mercados desde mediados de los 90 se aplica hoy sin rubor por una gobernanza títere y sin identidad política. Un esperpento de Vichy de carácter político-económico rige la UE. Las armas de destrucción masiva económicas, la blitzkrieg del Capital neocon la protagonizan las «agencias» y demás agentes de demolición económica regidos desde unos pocos cenáculos de poder económico y financiero. El poder del Capital sobre los estados en estado puro, la imposición de presuntos indicadores macroeconómicos (¿confianza?) fluctuando de modo determinante sobre las políticas que los estados asumen e imponen en su propia autodestrucción. En esencia, siempre es insuficiente, la misma lógica en macro que aplicaban los nazis a los judíos con sus leyes expropiadoras de bienes y derechos en micro... Nunca es suficiente... hasta el extermino final.

En nuestra mano está la reorganización, la superación de estructuras políticas y sindicales obsoletas que solo apuntalan el decadente modelo político, económico y social vigente. Pero sobre todo la claridad ideológica de que el problema no son las medidas, los ajustes o las declaraciones; el problema es el sistema, el capitalismo en su versión más genuina. De ahí que la solución pasa por potenciar todo lo que trata de evitar y destruir el sistema: la colectividad organizada, la democracia participativa, la opinión crítica, la sostenibilidad, el decrecimiento, la austeridad consumista, el modelo horizontal, la organización de los trabajadores en la clase social y la coordinación entre estos y los parados, jubilados, autónomos... la insumisión, la solidaridad... la nacionalización de los beneficios bancarios con carácter retroactivo, la expropiación de grandes capitales fraudulentos (nadie se hace millonario trabajando), la regulación fiscal armonizadora, la intervención pública directa...

En resumen, lo que siempre han querido evitar: la revolución, el cambio de sistema, el Socialismo del siglo XXI partiendo de todo lo bueno y válido de nuestra actual sociedad que llaman del «bienestar»... material.

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