Análisis | Cumbre de las Américas
El desencuentro de las Américas
La última Cumbre de las Américas estuvo marcada por las discrepancias en torno a la exclusión de Cuba, las Malvinas o las relaciones económicas, que han mostrado la crisis de la tradicional hegemonía norteamericana en el continente.
José Miguel ARRUGAETA Historiador
La VI Cumbre de las Américas, celebrada los días 14 y 15 de abril, en Cartagena de Indias, terminó como «el rosario de la Aurora». La exclusión de Cuba, el tema de las Malvinas y la política económica fueron obstáculos insalvables ante la intransigencia de los EEUU y Canadá. Dentro de su diversidad y diferencias, América Latina y el Caribe, fijaron una posición común, escenificando de manera oficial su plena independencia y el final de la tradicional hegemonía de EEUU en el hemisferio.
En la anterior cumbre celebrada en 2009 en Puerto España, Trinidad y Tobago, la mayoría de los presidentes y mandatarios habían sido claros y enfáticos respecto a la necesidad de que Cuba formase parte de una reunión que pretende representar a todo el continente, al tiempo que reclamaban una relación respetuosa entre iguales, sin injerencias en sus asuntos internos, pero en aquella ocasión Barack Obama apenas acababa de estrenar su mandato y se limitó a tomar nota de los temas planteados y a desplegar su carisma, simpatía y buenas intenciones
Una región en transformación.
Han pasado tres años y muchas cosas desde entonces. Haciendo un breve repaso habría que decir que los procesos de honda trasformación social y política que viven algunos países latinoamericanos se han profundizado constituyendo una alianza estratégica regional en torno al ALBA. Al mismo tiempo el proceso de integración latinoamericano ha avanzado aceleradamente culminando, apenas hace tres meses, en la creación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe, la CELAC, (sin la presencia de EEUU y Canadá). Mientras tanto, la región ofrece en general importantes cifras de crecimiento económico (un 3,7% para el presente año, según recientes datos del FMI), alejada por tanto del impacto de la crisis financiera, mediante una marcada intervención estatal en la economía que incluye el control y recuperación de sus recursos naturales y ambiciosos planes de inversión social, al punto, por ejemplo, de que Brasil se ha convertido ya en la sexta economía mundial. En este contexto la participación de Cuba en acuerdos y planes de integración y cooperación latinoamericanos y caribeños es asumido por casi todos como algo plenamente normal, beneficioso y natural.
Razones para un divorcio.
El desencuentro escenificado en Cartagena, más allá de enfoques o tendencias generales, ha girado sin embargo en torno a temas concretos, que vienen marcando agendas desde hace tiempo. La exclusión de Cuba de estas reuniones resulta ya inaceptable para 31 de los 33 participantes (32 si incluimos a Ecuador que decidió muy coherentemente no asistir ni perder el tiempo predicando en el desierto), y hasta el anfitrión, el presidente colombiano, Juan Manuel Santos, (aliado de EEUU), en un hecho poco habitual, se vio precisado a recordarle públicamente a Barack Obama que esta actitud, al igual que el bloqueo, es un rezago de la guerra fría rechazado firmemente por el resto de los países. El segundo asunto de controversia fue la reclamación argentina de solicitar a Gran Bretaña la apertura de conversaciones directas en torno a las Malvinas, de acuerdo a las resoluciones de la ONU y al derecho internacional. Si bien la moderada aspiración argentina no parecía contar con la misma unanimidad y apoyo que el de la inclusión de Cuba, la referencia en si misma era imposible de asumir tanto para EEUU como para Canadá teniendo en cuenta que estos países son aliados estratégicos del estado europeo, y los tres forman parte esencial de la OTAN (con sus guerras e intervenciones incluidas). El tercer tema en discordia se centró en las claras y razonadas críticas de la presidenta brasileña a la política monetaria que, tanto EEUU como la UE, están empleando para paliar los efectos de la profunda crisis financiera que viven. La emisión de ingentes cantidades de dinero y activos sin ningún respaldo en la economía real está provocando una verdadera inundación de dinero que fomenta una creciente inflación de precios lo que perjudica directamente a las economías emergentes, y el espacio latinoamericano entra plenamente en esta definición.
EEUU hace oídos sordos
Si América Latina y el Caribe han cambiado mucho en la última década no parece ocurrir lo mismo con las posiciones norteamericanas. Atrincherado en sus políticas tradicionales el imperialismo norteamericano hace oídos sordos: niega la presencia de Cuba y arrecia el criminal bloqueo a la nación caribeña, buscando derrocar activamente su régimen revolucionario; manifiesta su «neutralidad» en el tema de las Malvinas (incluso Obama se confunde al citarlas y habla de las Maldivas, pequeño país del Océano Índico), y cuando de economía se trata no entiende otros términos que neoliberalismo con sus consecuentes y asimétricos tratados bilaterales de libre comercio.
Se puede afirmar que la tradicional hegemonía norteamericana en América Latina y el Caribe está en crisis y del llamado «Consenso de Washington», de hace apenas dos décadas, se ha pasado a un consenso sin Washington, sin que el imperialismo norteamericano anclado en políticas obsoletas, cerradas e inflexibles, encuentre las claves para revertir esta realidad.
Barack Obama ya ha demostrado que no es capaz de cambiar posiciones y visiones que esencialmente responden al sistema de dominación imperialista que él representa. Al presidente norteamericano se le ha terminado el crédito, su simpatía, sonrisas y buenas palabras no son ya suficientes, y ni tan siquiera la hiperactividad incansable de una ojerosa Hillary Clinton puede obrar milagros.
El transcurso e incidencias de la reunión, reflejados por numerosos medios y televisiones, resultó un espectáculo poco habitual en este tipo de citas: palabras fuertes y directas, acusaciones explícitas a la posición de EEUU como obstáculo insalvable para adoptar una declaración común, numerosas advertencias de que en estas condiciones esta será la última Cumbre de las Américas, mandatarios que abandonan la cita antes de su terminación (Argentina, Perú y Bolivia), otros que directamente no hacen acto de presencia (Nicaragua y Venezuela), una reunión de presidentes y jefes de delegación a puerta cerrada para que no se filtrase el áspero tono de los debates... Todo un desencuentro en el sentido más pleno del término.
Un enfrentamiento con múltiples vertientes.
Esta confrontación sur-norte está servida, y cuando aun resuenan los ecos y análisis sobre la cita de Cartagena, ya comienza a adquirir nuevos campos y espacios, sirvan como ejemplos el reciente anuncio del Canciller venezolano, Nicolás Maduro, sobre la intención de los países del ALBA de subir la parada desde la reclamación argentina de las Malvinas a exigir una plena descolonización de la región, apuntando directamente a Puerto Rico y las posesiones francesas en el Caribe, o la decisión del Gobierno argentino, anunciada apenas terminada la Cumbre, de proceder a la nacionalización de la petrolera YPF, en manos de la multinacional Repsol, como parte de una política de recuperación del control de sus recursos naturales, malvendidos en la década de 1990.
No es difícil imaginar que la reacción, tanto de EEUU como de algunos de sus socios europeos, ante tamaña magnitud de la rebelión será activar y reorganizar sus tradicionales métodos de intervención e injerencia, como pueden ser propiciar un estrechamiento con los gobiernos más afines a sus intereses en la zona. Una buena muestra puede ser la reciente puesta en vigor del tratado de libre comercio entre los Estados Unidos y Colombia, intentando quebrar e interferir el proceso general y los ritmos de integración regional, o el financiamiento y asesoramiento, directo e indirecto, de movimientos opositores, tanto políticos como sociales, buscando revertir procesos electorales, crear problemas internos y agudizar contradicciones en los países más rebeldes, por no nombrar las viejas prácticas de intentar derrocar gobiernos incómodos mediante la abierta incitación y medido apoyo a movimientos desestabilizadores político-militares, como ha sucedido, con diversos consecuencias, en Venezuela, Bolivia, Honduras y Ecuador, en los últimos diez años.
El desencuentro público de estas dos Américas tan diferentes en sus aspiraciones, intereses y proyectos anuncia un recrudecimiento de la confrontación y no cabe duda de que será fuente de noticias y acontecimientos en próximos tiempos. Frente a la pretensión y firme decisión de un grupo importante de países de América Latina y el Caribe de ejercer su plena independencia, que incluye modelos propios de desarrollo social y económico así como su derecho a una integración y cooperación equitativa que los beneficie, el imperialismo norteamericano, sus socios europeos, sus gobiernos amigos en la región y otros sectores políticos afines van a intentar, más que nunca, hacer abortar por cualquier medio este «grito» por su segunda Independencia que recorre de nuevo la América del sur.