El periodista francés Romeo Langlois fue finalmente liberado el miércoles por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia ante la comisión humanitaria que lo fue a recoger al sureño departamento de Caquetá. En el mensaje difundido por las FARC, estas pidieron disculpas por haber catalogado al periodista como «prisionero de guerra» e instaron a realizar un debate en profundidad sobre periodismo y el conflicto y, a su vez, reiteraron su total disposición a alcanzar la paz con dignidad y justicia social. Con la liberación del periodista galo, las FARC cumplen con la palabra dada y con el derecho internacional humanitario. La suya es una decisión bien recibida por todos, salvo por los securócratas y los sectores que apuestan por la militarización del conflicto. Valgan como ejemplo las dispares valoraciones de Langlois y del expresidente Álvaro Uribe. El primero abogó por seguir cubriendo el conflicto desde todos sus ángulos y partes en liza, apostó por la política en la búsqueda de una solución. El segundo, en tono desafiante, dudó de la condición de periodista de Langlois, le acusó de estar identificado con el «terrorismo» y se preguntó qué hacia en Colombia.

Esos dos discursos son un escaparate de dos actitudes antagónicas. La sensatez, la responsabilidad y el sentido común frente a la retórica de guerra y la aniquilación del adversario como solución. Un ejemplo a seguir y otro a evitar.