Ainara LERTXUNDI Periodista
Cuando el cuerpo de la mujer es un objeto
Colombia ha sido titular estos días por diversos motivos, por la entrega del periodista francés Roméo Langlois, por sus declaraciones que tanto han molestado al expresidente Alvaro Uribe, por el comunicado falso de las FARC y las denuncias de sabotaje de varios medios de internet que ofrecen un relato diferente del conflicto. También ha sido noticia por la brutal agresión sexual que sufrió Rosa Elvira Cely, de 35 años, en el Parque Nacional de Bogotá y que le costó la vida cuatro días después. Un hecho que ha vuelto a poner el foco mediático en la violencia y desatención que sufren las mujeres en Colombia, donde han aumentado las agresiones con ácido, alcanzando niveles comparables con Bangladesh y Pakistán. El domingo, miles de mujeres salieron a las calles de la capital bajo el lema «Nunca más».
Los detalles de la muerte de Cely son realmente escalofriantes e indignantes. Al ensañamiento de sus violadores, se suma el largo tiempo que tardaron los servicios de emergencia, alertados por ella misma, en encontrarla y la decisión de no trasladarla al centro hospitalario más cercano. Una concatenación de factores que ha generado una ola de indignación en un país donde la violencia y la impunidad tienen un fuerte arraigo en la sociedad y donde «el cuerpo de la mujer es un objeto que se toma, se deja, se bota y se usa», tal y como afirma la directora de la Casa de la Mujer, Olga Amparo Sánchez. El Instituto Colombiano de Medicina Legal contabilizó en 2011 la muerte de 1.215 mujeres y examinó a 17.000 por presunto abuso sexual, lo que supone una media de 46,5 al día.
La falta de castigo, el tratamiento que dan los medios a la noticia y sus pautas publicitarias e, incluso, las telenovelas, tan enraizadas en la cultura latinoamericana y que, por lo general, presentan las relaciones sentimentales como si de una propiedad se trataran, en las que imperan los cánones de belleza exuberantes, contribuyen a perpetuar esta violencia «de segunda clase». Uno de los retos, según Sánchez, es convertir la indignación popular en hechos concretos y «apuntalar un proceso de cambio», desde lo judicial a lo educativo.