Antxon Iturriza prácticamente se ha leído la hemeroteca de todo un siglo para plasmar la historia del Club Deportivo Fortuna en un libro. La publicación es el último capítulo del centenario de la entidad donostiarra, que vivió un intenso 2011 con variadas actividades lúdico-festivas y deportivas.

Aunque el Tambor de Oro, con el que el consistorio donostiarra premió en enero a los organizadores de la Behobia, parecía el broche al centenario, faltaba la guinda que fue presentada en la tarde de ayer precisamente en la Biblioteca Municipal de Donostia por el autor de la obra y el presidente del club, Enrique Cifuentes, quien además ha escrito el prólogo.

A través de 356 páginas y cerca de 500 ilustraciones, el veterano periodista guipuzcoano ha recopilado en ``Un siglo de deporte popular'' los entresijos y vicisitudes de esta asociación creada en 1911 por una treintena de aficionados al fútbol que ahora cuenta con 1.100 socios y una decena de secciones sin sitio para el deporte rey.

Para meter 100 años de historia en un ejemplar ha invertido más de un año en labores de investigación. En el camino ha descubierto que el recorrido del Fortuna es bastante más extenso de lo que pensaba. «Ha sido un poco como ir escarbando y cuanto más escarbas más encuentras. Ha habido muchos datos que desconocía, empezando por la fundación hasta lo que ha sido la evolución de sus actividades», explica el autor a GARA.

El título alude a un concepto del deporte popular alejado del elitismo, porque el club, que en sus filas llegó a contar con algún campeón olímpico, ha demostrado ser fiel partidario del amateurismo en contraposición con el profesionalismo.

Sorprendido por la trascendencia que han tenido las actividades del Fortuna, ha encontrado un ente con una enorme capacidad organizativa. «Han sido pioneros en organizar Campeonatos de España de natación, ciclo-cross, llegadas de la Vuelta a España, al País Vasco... En definitiva era una actividad variada, polideportiva y de gran envergadura para los medios que tenía el club entonces».

De aquellas primeras organizaciones generadoras de mil anécdotas a la Behobia de los 25.000 atletas inscritos, el montaje por excelencia del club y una inyección económica fundamental para sus arcas, el Fortuna ha ido creciendo.

Aliado con el deporte base, destaca tambien su incidencia social y participativa en la vida de la capital guipuzcoana: «Su actividad ha estado y sigue volcada hacia la ciudad, con las alegrías y las tragedias de Donostia. Es parte de ella».

Desvela que su principal fuente de información la ha encontrado en la prensa local porque «el Fortuna ha tenido mucha proyección en los medios de comunicación en todas las épocas, aunque era un club modesto nacido en la Parte Vieja».

Un tesoro

También ha habido un componente fundamental a la hora de preservar el material, con el espíritu de conservación de los documentos que afectaban a la entidad y la parte gráfica, un auténtico «tesoro» de fotografías antiguas guardadas en un voluminoso álbum «que hay que coger con dos manos» y en el que te puedes asomar al pasado pero también al presente.

Iturriza ha recurrido además a socios y allegados al club, desde responsables de secciones a «ilustres» veteranos, que le han contado lo que no figura en las hemerotecas. A ellos quiere agradecer especialmente su colaboración, fundamental para rescatar y mostrar lo que no recogen los periódicos.

Vinculado a la entidad desde que tenía 15 años, principalmente por su actividad montañera, y acostumbrado a bucear en los archivos, Iturriza se propuso recopilar lo sucedido en el primer siglo de la entidad porque «estos clubes funcionan por la suma de muchas voluntades. Hasta ahora yo no había aportado nada importante. Estoy acostumbrado a investigar, así que era el momento. Otros le han dedicado toda su vida, por eso ha llegado al centenario».

Esta ha sido una aportación desinteresada y laboriosa, que reconoce ha terminado siendo «más complicada de lo que pensaba. Como pasa con una cumbre, cuando subes estás pasando agonías y cuando llegas ya está hecho. Luego queda el vértigo, una especie de vacío». Pese a todo, Iturriza se declara satisfecho con el resultado, dejando claro que «el autor es el menos indicado para opinar de su libro, son los demás los que deben hacerlo», concluye.