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Jesus Valencia Educador social

Por las libertades patrias

Hasta los actuales y belicosos cronistas españoles no pueden por menos que reconocer el enorme empuje del movimiento restauracionista navarro

El 16 de junio de 2012 queda registrado como otro hito reseñable en el empeño colectivo por restaurar nuestra estatalidad. Fue en junio de 2008 cuando Nafarroa Bizirik hizo su entrada oficial en las calles de Iruñea. Navarros de las diferentes merindades nos convocamos en defensa de las libertades patrias. Como en Amaiur o en Hondarribia, aquel grupo no era multitud, pero pronto se convirtió en referencia. Pretendíamos retomar la causa que nuestros predecesores defendieron y enarbolar la bandera que en dichas plazas fuertes ondeara.

Hubo meses en los que aquel novedoso contingente pareció estar sumido en el letargo ¿Se habría contagiado del sopor asfixiante que apelmazaba la tarde de su presentación? ¿Sería capaz de afrontar al ineludible reto de 2012? Los hechos han respondido a estas preguntas. Hasta los actuales y belicosos cronistas españoles no pueden por menos que reconocer el enorme empuje del movimiento restauracionista navarro. Pero cometerían un error sus integrantes si se apuntaran en exclusiva este mérito. Son muchas las manos que trabajaron y trabajan en la restauración de nuestro estado; aporte acumulativo a un auzolan en el que todos los empeños son útiles y necesarios. En él participaron aquellos voluntarios de las guerras carlistas que se enfrentaron al centralismo español con más voluntad que armamentos; más foralistas que monárquicos; defensores del altar y de los comunales. Rechazaron una constitución que no era la suya; perdieron guerras, pero la historia avanzó. Creyeron los hermanos Arana que los fueros quedaban cortos y que había que propugnar la independencia. Se inventaron una bandera sin acordarse de la propia, y soñaron con crear un estado sin tomar en cuenta que -aunque colonizado- ya lo teníamos. En torno a ellos se gestó una conciencia soberanista que sobrevivió a traiciones, golpes militares y dictaduras. De los rescoldos sabinianos emergió una corriente nacional netamente independentista. Avanzó con tenacidad mirando de reojo a los soñadores de Abando y también a los movimientos que se producían a su alrededor. Fuerza que intenta desbordar la actual Constitución española y confeccionar una propia para el estado soberano que reivindicamos.

En las frecuentes y masivas movilizaciones de la izquierda abertzale aparecía un elemento nuevo: junto a la ikurriña asomaba enhiesta la bandera del estado navarro. No se trataba de una pincelada colorista que se incorporase a la marcha; era algo más profundo y sustancial. Estaba emergiendo un nuevo paradigma vertebrado en torno a la estatalidad navarra. Los clamorosos requerimientos de «independentzia!» se veían reflejados en aquellas dos enseñas distintas y complementarias: la una, símbolo de la especificidad cultural; la otra -más antigua- expresión de la estatalidad política. Larga epopeya en la que han participado incontables personas mucho más compañeras que adversarias: quienes hicieron y hacen posible la restauración lingüística, cultural, histórica... Anteayer fue Iruñea una evidencia fehaciente de que, tras siglos de conquista, Nafarroa sigue viva.

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