Mikel INSAUSTI I

Para los que nos gusta la comedia negra, «Cinco días sin Nora» proporciona un auténtico disfrute, porque es en la manera de vivir la muerte donde más resalta la impronta cultural de una sociedad. Y la mexicana es de las que mantiene un mayor contacto con los muertos, presentes en su existencia cotidiana a través de un humor muy particular. En eso se aprecia una gran diferencia, por ejemplo, con la forma en que Rafael Azcona trató el mismo escenario humano del velatorio en «Los muertos no se tocan, nene». La debutante Mariana Chenillo ha escrito y dirigido una comedia mucho más contenida y que deja en el espectador un regusto deliciosamente agridulce.

Si «Cinco días sin Nora» ha sido una de las películas más premiadas del cine mexicano en los cuatro últimos años, se debe a la naturalidad con la que combina lo mortal y lo trascendente, la perdida de la esperanza y la recuperación de los sentimientos positivos, porque el tiempo lo cura todo, también el rencor. Hasta un ser descreído, cínico y resentido como el que interpreta con un magistral laconismo el gran Fernando Luján puede ser redimido por el amor de ultratumba. Suena muy fuerte, pero es lo que le sucede al protagonista de esta original propuesta cinematográfica. Su exmujer, antes de suicidarse, lo dejó todo atado y bien atado. De ahí que la primera reacción de este hombre, que se siente manipulado desde el más allá, sea la de intentar boicotear los planes de la difunta. Sin embargo, ella cuenta con el poderoso aliado de la religión, escudada en el ritual judío funerario. Para un ateo semejante conspiración resulta muy difícil de afrontar, más aún si por el camino se va encontrando con pistas sentimentales del pasado, las cuales invitan a pensar que a veces la perspectiva de la distancia mejora la visión de las cosas. Tal como creía Truffaut la tumba sublima cualquier historia de amor y la hace inmortal.