Alemania gana dejando ganar
La cumbre de la Unión Europea venía precedida por una narrativa del desastre, de evitar el abismo entre los miedos a corto plazo, el realismo oscuro de Italia y el Estado español, y una apuesta a largo plazo que defiende Alemania, basada en la integración política y fiscal como la única fórmula para la supervivencia del euro. Dicho de otro modo, entre una Europa donde Alemania sigue firmando los cheques pero con garantías exigibles a los estados, o bien, que poco o nada tiene que decir sobre cómo estos recaudan sus impuestos o regulan la gestión de sus bancos. Ambas posiciones se enquistaron en una reunión que se alargó hasta altas horas de la madrugada y que, según las primeras reacciones en Madrid y París, se habría saldado con una «victoria» de sus posiciones. Sus demandas de ayudas directas para recapitalizar a los bancos y un rol activo del Banco Central Europeo en los mercados de deuda soberana que alivie los disparatados costos de financiación han sido, en principio, atendidas.
La estrategia negociadora frente a Alemania pasaba por torpedear cualquier iniciativa, especialmente el todavía quimérico pacto por el crecimiento, mientras no hubiera concesiones inmediatas que permitieran disminuir los costes del acceso al crédito y que permitiera recapitalizar sus bancos sin llevar a la bancarrota las tesorerías públicas de los estados. Alemania, sin embargo, no tendrá problemas para consolarse: el pacto fiscal queda como estaba y la supervisión centralizada y sistemática del BCE sobre los bancos estatales es un anticipo de la unión bancaria. Ángela Merkel sabía que para ganar era necesario dejar ganar, hacer cesiones y llegar a compromisos que no impidiesen dar nuevos pasos para hacer irreversible el proyecto del euro.
Los acuerdos de la cumbre de la UE quizá alivien tensiones y abaraten el pago de intereses. Sin duda, permiten la compra de tiempo y dan un respiro. Pero la dirección está marcada, no ha cambiado en esta cumbre y Alemania sujeta con fuerza y convicción el timón.