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Javier Hernando Aizpurua | En nombre de los médicos, psicólogos y colaboradores de la asociación Jaiki Hadi

Crueldad

Gravedad es una palabra que mide la categoría, el tamaño, la importancia de la enfermedad. No hace falta ser médico para saber que tener un cáncer de mama, un carcinoma de próstata o un infarto de miocardio es tener una enfermedad grave

Crueldad: falta de humanidad y compasión ante el sufrimiento; acción que causa sufrimiento y dolor intensos. Ferocidad, inhumanidad. Creo que esta es la palabra que mejor se corresponde con las declaraciones (y sobre todo con los hechos) que están protagonizando los políticos responsables del sistema penitenciario español. Su discurso ahora es crear condiciones para acabar con la dispersión de los presos y presas vascas y para ser «generosos». Si se arrepintieran, o si se disolvieran, o si se apartasen o ... seríamos benevolentes. Y en algunos casos ni así. Ayer eran unas condiciones, hoy otras y mañana seguramente serán otras. Entre estas medidas de generosidad están -pensamos- las que se refieren a los presos y presas vascas enfermas. La propia legislación española establece tanto en el propio Código Penal español como en el Reglamento penitenciario la posibilidad de excarcelación de las personas reclusas con enfermedades graves e incurables.

Gravedad es una palabra que mide la categoría, el tamaño, la importancia de la enfermedad. No hace falta ser médico para saber que tener un cáncer de mama, un carcinoma de próstata o un infarto de miocardio es tener una enfermedad grave. Nadie osaría decir que estas enfermedades son leves, sin importancia, de buen pronóstico, de poca categoría.

Incurables. La persona enferma con un infarto cardíaco siempre será como mínimo un enfermo de altísimo riesgo cardiovascular (riesgo de tener otro ataque, a veces mortal); esto si no es que -cosa frecuente- su corazón no queda gravemente dañado para siempre. El enfermo con una Espondilitis anquilosante no curará nunca. Todo lo contrario, sus articulaciones cada vez más dañadas y su anquilosis será progresiva hasta una grave limitación de sus actividades. A veces la única medida algo efectiva es un programa de rehabilitación ¿en la cárcel?

Pues a esto nos referimos cuando decimos que los presos graves e incurables deben estar en libertad: no hay ni la más mínima invención. La legislación no es «generosa» cuando recoge el derecho de estos presos y presas a salir de prisión: muchas de estas personas tienen una calidad de vida pésima, necesitan tratamientos especiales (a veces muy duros), programas específicos de tratamiento y seguimiento, dietas y otras medidas que no pueden darse en las prisiones y presentan un futuro oscuro. Y nos referimos también a un colectivo al que las diferentes políticas coercitivas que se le han aplicado durante décadas han dado como resultado un cóctel de altísimo riesgo: presos y presas con edades muy avanzadas, condenas muy elevadas y enfermedades de alto riesgo.

Y qué decir de las enfermedades mentales. ¿Qué opinión les merece que un preso con un Trastorno Obsesivo Compulsivo (cuadro psiquiátrico grave) y que ha presentado crisis de ansiedad y episodios depresivos, al que las propias instituciones penitenciarias le aplican un protocolo para evitar autolesiones, sea «cambiado de centro» desde 2003, diez veces? ¿Qué les parece que se le aplique aislamiento? ¿Es lógico que se le deniegue la asistencia psicológica de confianza que se le prestaba?

Pues, como les decimos, no hay ni una pizca de invención, nada de ficción en nada de lo relatado; estas son algunas de las enfermedades y situaciones que se dan en los presos y presas vascas enfermas para los que se pide la libertad. Las negativas a estas peticiones son crueles e inhumanas; lo único que persiguen es el sufrimiento de estas personas como medio de conseguir otros objetivos (¿). La sociedad vasca no puede y estamos convencidos de que no quiere aceptarlo.

Para terminar, ya que en su mayoría es ya es conocido, unos trazos sobre el caso sangrante de Txus Martín. Txus es encarcelado en el 2002 y sufre aislamiento en cárceles francesas durante 8 años. En 2010 tras sufrir condiciones extremas de aislamiento intenta suicidarse cortándose las venas. Es diagnosticado de Trastorno Esquizoafectivo con ideas delirantes. Presenta episodios paranoicos de gravedad e intentos de autolísis, oye voces y a veces mantiene conversaciones inconexas y sin sentido. Está tratado con potentes fármacos pero su evolución va a peor. Desde su encarcelamiento ha estado en 12 cárceles. Podríamos decir más, pero creo que es suficiente. ¿Qué condiciones se tienen que cumplir para que las autoridades político-penitenciarias sean «generosas»?

¡Los presos enfermos deben ser puestos en libertad ya! ¡Y Txus, el primero!

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