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CRíTICA: «Elefane blanco»

Las cosas que no se tocan

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Mikel INSAUSTI

La última película de Pablo Trapero empieza y termina con un temazo de rock interpretado por el grupo Intoxicados, una de las dos formaciones del Pity Alvarez, todo un icono del músico villero en Argentina. La letra de «Las cosas que no se tocan» sugiere, precisamente, lo que hay de tema oculto en el chabolismo de Buenos Aires, con tantas «villas», como ellos dicen, repartidas por la ciudad. Y de ahí se conecta con la figura del cura villero, mediante el homenaje al Padre Mugica, asesinado en 1.974 por la extrema derecha, por más que quisieran cargar el muerto a los Montoneros.

Con tan sentidos referentes en mente Pablo Trapero se pone muy guerrero, hasta el punto de que le sale la película más radical de su filmografía, demasiado comprometida y conflictiva para sus admiradores más moderados que, asustados, se empeñan en negar la mayor. Y así, tratan de ponerle peros a su lección maestra de documentalismo aplicado a la ficción, de realismo manejado con una cámara viva que no miente y traspasa conciencias. Pero lo que el acomodado espectador ve en la pantalla no gusta, es de una dureza que no permite mantener los ojos abiertos durante toda la proyección.

Y el debate de fondo incomoda igualmente, en la medida en que pone sobre la mesa las consecuencias del capitalismo, con el aumento progresivo de la infravivienda en las últimas décadas, sin que los sucesivos gobiernos hayan hecho nada para solucionarlo. A estas alturas resulta muy hipócrita que alguien se pueda escandalizar por ver a unos curas obreros implicados en las revueltas, enfrentados a la ocupación policial, pistola en mano, llegado el momento.

La escena que sirve de detonante a la violencia marginal no es ninguna exageración, tanto en cuanto encaja dentro de un ambiente de destrucción. Para los sacerdotes interpretados valientemente por Ricardo Darín y Jérémie Renier se hace imposible llevar esperanza a una gente tan machacada, a esos jóvenes que permanecen tirados en las galerías del edificio abandonado que da título a la película, fumando «paco», sustancia adictiva y tóxica hecha a base de residuos de coca.

 

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