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Crónica | Gasteizko Jazzaldia

Todo jazz, todo bueno

La primera jornada «fuerte» del 36 Festival de Gasteiz fue una ración de jazz variada y de gran nivel en todas sus propuestas. Desde la explosión de talento de Tigran Hamasyan al piano mayúsculo de Stefano Bollani y la sapiencia de Joe Lovano y Dave Douglas, todo fue impecable

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Yahvé M. de la CAVADA

La tarde empezó marcando el tono a manos del joven pianista armenio Tigran Hamasyan. Ganador de la muy prestigiosa Thelonious Monk Competition en 2006 (por delante de Gerald Clayton y Aaron Parks, nada menos), Hamasyan era una de las citas imprescindibles de este año. El talento, bien dirigido, sólo tiene un destino, y en su concierto en Gasteiz, Hamasyan superó todas las expectativas. De forma muy significativa, casi alegórica, había sobre su piano un pequeño xilófono y un pedal de delay Line6 DL-4, dos representantes antagónicos de la creación musical. Tradición y tecnología no son excluyentes para Hamasyan, como no lo son la mezcla de estilos. Bajo una falsa apariencia de simpleza, el pianista mezcla -con éxito- la música tradicional de su país con jazz y rock. En una escucha superficial puede sonar así, superficial, pero no: Hamasyan es un pianista completo y personal, que entiende a la perfección los lenguajes que mezcla y que no está obsesionado con definirse; por eso su directo funciona. No se niega a la catarsis del riff rockero y el constante 4x4 rítmico ni renuncia a improvisar de forma elocuente como el mejor de los jazzistas. El mismo día de su concierto en Gasteiz, cumplía 25 años. ¡Menudo futuro le espera!

En Mendizorrotza teníamos un impresionante programa doble, posiblemente el mejor de esta edición. Abría la noche el asombroso pianista italiano Stefano Bollani. Palabras mayores. Además de ser uno de los mejores músicos europeos de la última década, también es victima de la maldición geográfica del jazz. Si fuese americano, probablemente estaría considerado a la altura de coetáneos ilustres como Brad Mehldau o Jason Moran, pero desde Europa no es tan fácil.

Acompañado de su trío danés, con el que está a punto de cumplir 10 años, Bollani ofreció un concierto superlativo. Su virtuosismo y capacidad instrumental, fuera de toda duda, quedaron en segundo plano ante la asombrosa lección de excelencia jazzística que presenciamos en cada solo y en cada acompañamiento.

El único problema de Bollani (para quien quiera vivirlo así) es su irrefrenable tendencia a divertirse en directo haciendo payasadas que, aunque inocentes, pueden desviar la atención de lo que ocurre en la música. En su concierto, cantar una personal versión del Billie Jean de Michael Jackson, de rodillas frente al piano, no estuvo reñido con ejecutar acompañamientos brillantes e improvisaciones emocionantes. A Roland Kirk también le pasaba: parte del público asumía que era un artista circense cuando, tras su parafernalia, se escondía un artista de élite.

La segunda parte del programa nos traía un quinteto de all-stars coliderado por dos grandes nombres del jazz contemporáneo: Dave Douglas y Joe Lovano. Su proyecto, de nombre Sound Prints, ofrece un homenaje honesto y cabal a uno de los grandes del jazz: Wayne Shorter. Pero, atención, porque este grupo no toca temas del mítico saxofonista. La gracia del asunto consiste en que el repertorio, basado en originales de Douglas y Lovano, contiene el espíritu de Shorter (cuya sombra revolotea sobre la estructura y la armonía de las composiciones) sin ser una reinterpretación explicita de su obra.

Lovano sigue siendo un auténtico titán, heredero natural de la gran tradición del saxo tenor, y Douglas es uno de los trompetistas más importantes de los últimos 20 años. Juntos forman una frontline excitante en la que convergen a su antojo, reservándose el derecho de volar libres cuando es necesario. El resto del quinteto podría parecer irregular, pero nada más lejos: el joven y prometedor pianista Lawrence Fields (que acaba de grabar como miembro del quinteto de Christian Scott) es un extraño híbrido de Thelonious Monk y Herbie Hancock. Su forma de ralentizar el tempo en el fraseo es brillante, y por momentos cambia de tercio y se dobla por octavas a lo Phineas Newborn. Linda Oh es otra joven de mucho talento que últimamente ronda mucho a Douglas. No perdió comba en todo el concierto, a pesar de enfrentarse a pasajes muy complejos. Por último, la verdadera estrella de la noche, Joey Baron. Es habitual de los grupos de John Zorn y uno de los bateristas más completos que hay, capaz de hacer maravillas con el instrumento. Si bien el quinteto se mantuvo a un gran nivel, fue Baron quien captó la atención en todo momento. No hubo giro en una improvisación o arreglo en un tema que no estuviese acentuado y embellecido por el batería. A los grandes se les distingue por eso. Cuando están, aunque sean acompañantes, es imposible entender lo que se escucha sin su presencia.

 

 
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