CRíTICA: «Elena»
El envenenamiento de la nueva sociedad rusa
Mikel Insausti
Andrei Zviaguintsev posee un especial talento para el drama familiar, descubierto hace nueve años en la Mostra de Venecia con su ópera prima «El regreso». Sus argumentos, extraídos de la realidad cotidiana, resultan my comunes. Lo que dota de vital importancia a su cine es el estudio sociológico que conllevan, no exento de un simbolismo muy ruso, heredero del maestro Eisenstein y su confrontación entre lo viejo y lo nuevo.
«Elena» incide más que sus otras dos realizaciones anteriores en el choque entre la Rusia moderna y la tradicional, por cuanto la tensión dramática surge de las diferencias de clase, cada vez más extremas, que se dan bajo el contradictorio mandato entre democrático y zarista de Putin.
Precisamente, de la época anterior a la revolución soviética viene la arraigada costumbre del envenenamiento, un método para eliminar enemigos políticos que no ha desaparecido en la actualidad. Por supuesto que la protagonista de la película, como ama de casa que es, no recurre al plutonio ni a nada parecido, sino que utiliza pastillas de viagra que cambia por la habitual medicación de su marido jubilado, enfermo del corazón. Es un claro síntoma de la occidentalización, que por lo que nos descubren las realistas imágenes sólo ha llegado a una élite social, mientras que el pueblo sobrevive a duras penas dentro de la marginalidad y los desechos materiales del antiguo régimen comunista.
Zviaguintsev no cae en el maniqueismo moral, ya que no juzga a sus personajes y su crítica de fondo alcanza por igual a los nuevos ricos insolidarios y a los desheredados que se han vuelto igual de miserables que sus teóricos oponentes. Cuando la endeudada familia de los suburbios ocupa la lujosa vivienda del difunto suegro nada en su comportamiento parece haber cambiado, todo se repite por una simple cuestión educacional. La madre no les ha liberado con su crimen, y aunque no haya castigo ellos mismos parecen buscárselo de forma inconsciente.
Ella siente, sin embargo, que ha salvado a los suyos, engañada por la inmemorial fe que le hace poner velas a los iconos de la Iglesia ortodoxa.