CRíTICA: «El Caballero Oscuro: La leyenda renace»
El dios Nolan aprieta pero no ahoga
Mikel INSAUSTI
No comulgo con el tratamiento trascendentalista que Christopher Nolan ha dado a Batman en su trilogía, por lo que la conclusión tampoco me produce ningún entusiasmo. Estoy más con la línea de entretenimiento y diversión de los superhéroes de Marvel culminada por Joss Whedon en la insuperable «Los vengadores», que apuesto va a enterrar en la taquilla mudial a este triste Hombre Murciélago de «El Caballero Oscuro: La leyenda renace». Es más, no me interesa lo que Warner vaya a hacer con el personaje de la editorial DC, resucitándolo una y otra vez, e incluso convirtiéndolo en otra cosa diferente si hace falta, con tal de prolongar la franquicia. De hecho, este Batman tan inflado y recauchutado de Nolan resulta irreconocible con respecto al creado por Bob Kane.
Ya sé que el Batman de Nolan es adictivo, sobre todo entre el público joven, seguramente debido a las fanfarrias electrónico-percusivas de la banda sonora a cargo de Hans Zimmer, obsesionado en esta tercera entrega cíclica en tapar los agujeros del guión, así como los desajustes de un montaje lleno de altibajos narrativos que hacen las más de dos horas y media de proyección insoportablemente aburridas.
Y es que la terrible solemnidad del conjunto, ya que se trata de recalcar hasta la saciedad la decadencia mortecina de la parte humana del superhéroe, no permite aligerar la sobrecarga de los pesados gadgets diseñados de cara a la renovación mercadotécnica de la batmanía, con el agravante de que hasta el villano de la función está pasado de kilos.
Pero cuidado porque esa mole enmascarada sufre, porque aquí todos lo pasan muy mal en conexión directa con el protagonista, tan venido a menos el pobre. Tanto dolor acumulado reafirma la intención de Nolan en pasar a la historia como el Haneke de las superproducciones, lo que en relación al maniqueismo de la historietas gráficas sobre salvadores del mundo en lucha contra el Mal, acaba siendo contradictorio. El discurso es inconsecuente, puesto que el dios Nolan no puede matar a su criatura por imperativos del contrato, lo que deja a su tan apocalíptica obra en evidencia.