Raimundo Fitero
El color del dinero
La crisis se disfraza de corrupción de ideas y derrumba principios como el cuchillo corta la mantequilla. En las series televisivas se han manejado presupuestos realmente excitantes. Los sueldos de toda la nomina de la cadena de producción han sido durante años de una generosidad superlativa. Hace más de un quinquenio que se han ido apretando los números a la realidad, pero en estos momentos la realidad económica arrasa por encima de todas las previsiones. El colapso es mayúsculo. Series exitosas atascadas, proyectos en vía muerta, series funcionando con casi todo el personal trabajando bajo la línea de flotación del convenio o como mucho, ajustados al convenio de manera estricta.
Se quejan productores porque se quedan sin margen, se quejan artistas porque les hacen bajar su caché, las cadenas están sufriendo un estrés descomunal para cuadrar las cuentas, los tertulianos han bajado tanto su prestigio que casi van gratis, es decir que el dinero solamente está para lo que está: para pagar a Sofía Vergara, la actriz colombiana que triunfa en «Modern Family» y que se ha convertido en la mejor pagada, con cerca de dieciséis millones de dólares por temporada. El dinero existe. Y tiene color.
Y si no que se lo digan a Pedro Morenés, ese getxotarra que vende bombas de racimo, ahora comisionista en el gobierno del zombi Rajoy, en forma de ministro que de repente ha encontrado en Hugo Chávez a un ser maravilloso, a un gran estadista, a un ejemplo de bondad democrática. Y todo por el dinero de las armas que compra a España. Es así, y por eso la prensa afín empieza a considerar al que hasta ayer llamaban «gorila», un presidente ideal para Venezuela. Siempre ha sido así pero no con tanto descaro.
Porque el dinero tiene color, uno llega a la conclusión de que esa organización con carátula tan bonita que se llama WWF, antes Adena, ha quitado de su organigrama al suegro de Urdangarin, no por principios, no por la foto del elefante abatido, sino por falta de pago. Seguramente esa presidencia de honor se lograba a base de unas contribuciones monetarias que ahora, con la crisis, se ha abandonado su cotización y sin amor no hay ecología.